miércoles, 29 de abril de 2009

Los Duendes existen.

Ya había podido corroborar la existencia de los fantasmas, aquella vez que en La Trifulka vimos y oímos cómo se colaba hacia el patio una chica perfectamente engabardinada y con bolso, que luego no encontramos jamás. Recuerdo la sensación inequívoca de mi cuerpo erizándose, sabiendo sin dato intelectual, que no era una persona sino un espectro lo que acaba de percibir.

Luego, al volver de unas exquisitas vacaciones en Horcón, pude constatar también la existencia de extraterrestres, al ver desde el balcón del departamento de un amigo numerosas luces que hacían figuras en el horizonte cercano de los valles transversales del sur de Santiago. Las vi yo y dos personas más, sin alcohol ni humo en el cuerpo, lucidos y tranquilos, y durante aproximadamente 20 minutos.

Ahora pude confirmar mi sospecha de que los Duendes también existen. Se roban lo más preciado que tenemos y además lo hacen a sabiendas de que no nos enojaremos por ello, tan graciosos y dulces son. Vienen al principio despacito, aunque con impertinencia, juegan un rato, se aburren y se van. Y cuando quieren vuelven y nos hacen felices. Si lo necesitamos nos cuidan, pero la mayoría del tiempo están atareados corriendo y saltado de un lado para el otro, y más de alguna vez se mandan alguna cagada. Son sabios cuando deben serlo y risueños casi siempre. Nos desarman los esquemas que tanto nos preocupamos en levantar, y suelen ponernos a prueba, no solo la paciencia, sino también la tolerancia. Cuando hacen desaparecer las cosas, suele ser de forma provisoria, para hacernos burla... a menos que realmente no las necesitemos más. Entonces se las llevan para siempre, las lavan, las dejan secar al Sol, y luego nos las muestran en sueños, pero no las devuelven: debemos despedirnos de ellas y ver cómo se alejan, con cariño, amablemente.

Tienen una forma distinta de vivir y medir el tiempo. Para ellos nuestras horas son iguales a cinco minutos. Si en casa hay duendes, muchas veces nuestro tiempo y el suyo se mezclan, provocando desajustes rarísimos. A veces el día pasa lento, como si durara 30 horas, y todo lo que se suele hacer corriendo es posible hacerlo tranquilamente y con holgura. Otras, cuando pensamos que han pasado 20 minutos, los duendes han impuesto su temporalidad y al mirar el reloj nos pareciera que nos robaron tiempo. Algo tan simple como lavarse los dientes puede durar de 3 a 5 horas sin ninguna dificultad.

Personalmente he establecido relación con uno de ellos, lo cual me ha permitido conocer sus costumbres y extrañezas. En varias ocasiones, producto de sus pociones mágicas, he debido escucharle durante horas, por lo general ya entrada la noche, y en algunos momentos me ha parecido escucharlo tocar violín. Hace pocos días me despertó un ruido extraño y me levanté a mirar por la ventana. En ese momento lo ví parado en el techo, y minutos más tarde bajaba por el árbol del patio medio pilucho.
Tenía yo demasiado sueño para conversar con duendes esa noche, asíque volví a acostarme y me dormí a duras penas mientras oía el desorden que provocaba en el living, el baño, la pieza y el patio. Al día siguiente, el único indicio de su presencia eran sus zapatos, que olvidó en el patio, y que aún conservo, esperando que en algún momento vuelva a buscarlos.