martes, 23 de marzo de 2010

Anclas.

Quiero enterrar mi violencia,
despojarla de mí
con el cuchillo que lleva tu imagen
y que con un suspiro agónico
se desvanezca por siempre
en las tinieblas que hoy abandono.

Que mi locura
no se convierta en demencia
que mi sangre
pueda sentir crecer
tu piel infatigable.

Levar el ancla de mi infancia
Matar a mi hermano muerto
matarlo, matarlo, matarlo.

Constrúyeme
Marchita con tus manos
mi odio incomprensible.

Se me caen mil bandadas
de pájaros al mirarte
Se me rompen todos los castillos
Se diluyen mis escritos
en tu tinta ocre
y me desmayo de pavor
porque las gargantas
ya no emanan flores
si no puñales.

Soy terrible
se esconden de mí los angelitos
Se burlan las mujeres dulces
de mi brutal torpeza
y los asesinos me saludan
tirándome besos
que flotan de sus manos.

¡Quiéreme!
te ordeno belicosa
¡Quiéranme!
les grito a mis padres
que me miran mudos
con los brazos caídos
con los grilletes ondeando
desde sus muñecas
con la baba colgando
por su niñita
tan bonita su niñita
madraza de dos niños muertos
hija de su hermano muerto
esposa de su hermano Sol
esposa de su hermano Jade
esposa de su hermano Violín

Autómata
con corazón de relojería
con tripas de dragón
con faroles en la frente
tantos faroles
que me tapan los ojos.

martes, 16 de marzo de 2010

Hermoso!!!

Un experimento que vale la pena realizar. Es bellísimo, la prueba de que existen ángeles entre nosotros.



¿Vieron el minuto 5:37? Esa es la cara de la satisfacción, de la apacible alegría.
Salud!!!

lunes, 1 de marzo de 2010

Terremoto en Chile.

Supe sin dudar que no era un simple temblor. Soñaba en ese momento con un sonido sordo e inquietante, mi madre me miraba con extrañeza. De pronto una voz masculina dijo con firmeza: "Demasiado rato. ¡ Despiertate !". Abrí los ojos y me levanté de un salto, al tiempo que le decía a Jose Manuel "¡ Amor, terremoto !". Salimos semi desnudos al pasillo, en ese momento se cortó la luz y Jose buscó su linterna. En segundos estábamos bajo el dintel de la puerta del patio. Él me abrazaba por la espalda, yo me aferraba al marco de la puerta que se movía entre mis manos como si fuera de goma. Los parlantes del equipo de música caían estruendosamente de la repisa, y solo atendíamos al sonido de las cosas cayendo en el taller, el tintineo de la casa entera, el murmullo sordo de la tierra. A un lado, el patio con el árbol enloquecido pero firmemente arraigado; al otro, la casa a oscuras. ¿Cuanto durará? Ya debe estar por pasar, ya va a pasar, ya va a pasar.

Y pasó. Las piernas me temblaban, le pasé una polera al Jose, y yo me terminé de vestir. Tome mi teléfono celular que tiene una pequeña linterna, mientras él se comunicaba con sus papás. Eran las 3:35 de la madrugada. Las lineas de red fija funcionaban más o menos bien, las de celular no. Mientras Jose Manuel revisaba los daños en el taller yo trataba de llamar a mi madre. No contestaban. Comencé a desesperarme. Oí que Jose me decía que el techo en el taller estaba por venirse abajo. Golpearon la puerta, era uno de los alumnos del Jose, con su novia. Venían asustados, pero tranquilos. Yo seguía llamando a mi mamá, y comencé a sentir náuseas. Se escuchaban sirenas y alarmas y logramos sintonizar una radio por el celular del Jose. Decían que había que juntar agua y no salir a la calle, pero yo necesitaba saber que había pasado en casa de mi vieja. Decidí ir para allá, así que agarré toda la plata que tenía, mi teléfono y mi chaqueta, Jose Manuel no soltó su linterna, agarró sus cosas y salimos. En el camino vimos a la gente en la calle, en las puertas de sus casas, una cantidad de autos similar a la de una mañana laboral cualquiera. No parecía que hubiese pasado nada grave, había algunos escombros, carteles de tiendas caídos, mucha gente tratando de hablar por teléfono pero nadie desesperado. De pronto vimos el auto de mis viejos yendo en dirección a casa de Jose Manuel. Gritamos y corrimos, pararon en una esquina y pudimos alcanzarlos. Dieron la media vuelta y nos encontramos. Mi mamá me abrazó, no tenían línea en casa y habían decidido lo mismo que nosotros. Nos subimos a la camioneta y nos fuimos con ellos. En la casa se había roto el parrón y el escritorio de Luis Felipe se había dado vuelta por completo. Habían caído los libros de la estantería de su habitación y en mi cuarto las cosas se habían corrido hacia el centro. Nada más. Eso fue todo, no pasó nada. Ridículamente creí que no había sido grave, no pensé que el epicentro hubiese sido en otro lugar, no pensé que el mar se hubiese enfurecido, no pensé que todo el país no había corrido la misma suerte.

Cuando volvió la luz encendimos la tele. La presidenta hablaba desde la oficina nacional de emergencias: El sur estaba devastado. Hoy, dos dias después hay confirmados 711 muertos.

Sufrimos un terremoto grado 8.8 Richter y un tsunami, Peyuhue desapareció del mapa, la isla Juan Fernández quedó desecha al igual que Iloca, se cortaron las carreteras principales, se cayeron los puentes sobre los ríos, se desmoronó un edificio nuevo de 15 pisos y muchas casas antiguas de adobe. En Talca hay 3 hospitales de campaña, y otros cuantos en otras ciudades, se cortó el suministro de agua y se produjeron saqueos y asaltos. En 3 minutos algunas personas perdieron lo que les había costado una vida conseguir.