domingo, 27 de febrero de 2011

El pato negro

No sé que le encontró la gente a la película "El cisne negro". Creo que somos más influenciables de lo que nos damos cuenta, y que solo porque ha tenido buena crítica, a todos les ha parecido excelente.

A mí no. Es más, me pareció pésima. Con un argumento que desde siempre ha sido abordado en obras literarias, escénicas, cinemátograficas, musicales y pictóricas, y que aún así, a pesar de lo trillado puede seguir siendo desarrollable, no hacían falta esos efectos especiales de película de terror de cuarta.

Espejos que muestran reflejos independientes del reflejado, apariciones sangrientas, dibujos que hablan, y demases escenas truculentas, consabidas hasta el hastío desde Bela Lugosi hasta el cine Gore que haría las delicias de Salfate, pasando por Thriller de Michael Jackson, solo dejan en claro una falta de imaginación casi patológica y un mal gusto de proporciones.

Antes de ir a verla me llamó la atención no solo las nominaciones a los Globos de Oro y los Oscar, sino el comentario reiterado sobre la magistral actuación de Natalie Portman... que sin embargo no es tal. Magistral actuación habría sido si no se hubiesen necesitado todos los efectos ya mencionados y todos los retoques digitales que nos permitieron verla bailar cuando no era ella quien lo hacía y verla luchar contra su personaje, que pujaba por expresarse, cuando no era ella quien actuaba, sino un programa computacional que hacía que le salieran plumas (¡plumas!).

Por otro lado, convengámos en algo: Un cisne, por bello y grácil que sea, no deja de ser un pato elegante. Un pato, que no es lo mismo que un león, un lobo o un dragón. ¡Tiene membranas natatorias! ¡Y un pico plano con el que se saca los piojos de entre las plumas! ¡Hace caca verde! La metamorfósis en animal tan carente de ímpetu es humillante. Es como convertirse en pollo.

Recuerden la película en la que Jack Nicholson se transforma en lobo. Primero que nada, la única alusión física de su mutación es que le salen unos pelos gruesos donde antes no los tenía. Punto, de ahí en más todo es su actuación, a parte de unos lentes de contacto amarillos y algún que otro salto canino. Luego, uno se entera de que el tipo se está transformando en lobo, no porque le salga cola, sino porque el duerme 23 horas seguidas, olfatea la ropa interior de su esposa hasta llegar a ella al otro lado de la ciudad, y escucha cosas que antes no podía oír tan claramente. Se nos deja claro que el hombre casi lobo salió de caza, no porque lo viéramos desgarrando con sus colmillos la yugular de un vagabundo, sino porque en la escena siguiente, después de pasear hambriento por el parque, encuentra un dedo en el bolsillo de su chaqueta.

En "El Cisne Negro", todo es explícito, independientemente de si es o no producto de la imaginación de la protagonista, su metamorfosis es, además de ridícula, evidente, como si la mente humana no pudiera inferir, sino solo percibir, para poder comprender las cosas.

Mi recomendación: si quieren ver al cisne negro, junten plata y vayan a ver al Bolshoi interpretando "El lago de los Cisnes" que, seguro, la bailarina principal sabrá seducirlos sin necesidad de más efectos que los de la iluminación del teatro y de la interpretación de su orquesta.