miércoles, 2 de septiembre de 2009

Kundalini ha llegado.

Mi Vida ha sido en general sedentaria. Me gusta flojear, y comer cosas ricas, aprovechando que no engordo con nada. Adoro los fines de semana frente a una pantalla viendo películas por docena, comiendo tacos, galletas Tip Top, sushi, cabritas saladas, ñoquis y todo cuanto se me plazca comprar o cocinar. Me fascina leer acostada entre mantas durante el invierno, y guata al sol en veranito.

Por esto a veces he creído oportuno practicar algún deporte o ejercicio, para no enquilosarme, para estar más sana, para cubrir de un poquito más de musculatura mi huesudo cuerpo... en fin, más por vegüenza de ser tan holgazana que por otra cosa, y siempre buscando alguna excusa que lo justifique y me impulse a hacerlo. Pero indefectiblemente siempre lo he dejado botado. Es aburrido, duele todo al día siguiente, hay que levantarse cuando uno mas calientito está, hacer esfuerzo... ¡ahj, esto de mover el cuerpo es toda una lata!!

A excepción del volleyball, que practicaba con gusto cuando tenía unos 9 años y que dejé por temor a lesionar mis frágiles deditos (mi papá me puso a estudiar piano por ese entonces), fueron quedando en el camino la natación, la danza, un gimnasio, pilates y el trote. Quería comprarme un saco para boxearlo, y Pheraltusz estuvo enseñándome a hacerlo por una tarde, y aunqué me gustó, no prosperé demasiado y las manos me quedaron moradas y doloridas.

Hasta que, de nuevo queriendo salir de mi letargo de Choloepus Chilensis, y buscando algo que me ayudara a disciplinarme un poco, comencé a ir a clases de Yoga Kundalini.
Siempre había tenido una idea del yoga como algo muy snob, esas cosas que por ancestrales y místicas se han vuelto de moda y pasto de charlatanes. Pero aún así, haciendo un gran esfuerzo contra la pereza y la vergüenza, me levanté un día y fui a la primera clase. Y llegué a Kundalini Yoga por azar, porque era lo que había en el horario que yo podía ir no más.




No le encontré, inicialmente, mucha gracia al asunto, pero seguí yendo, no muy religiosamente porque falté varias veces por no ser capaz de levantarme, y por otras razones que no viene al caso explicar, pero, por algún motivo, a los 2 meses exactos de aquella primera mañana en que me obligué a ir, comencé a enamorarme de Kundalini.

Llegó haciendome sentir feliz, fresca, despejada como nunca. De a poco fui recobrando la elasticidad que recordaba haber tenido cuando muy niña, y el aire me pareció más puro cada mañana. Logré dejar de ver uno de mis hombros más arriba que el otro cuando caminaba frente a un espejo sin tener que bajarlo forzadamente, y ese pequeño pinchazo que llevaba algún tiempo sintiendo cerca de una vértebra comenzó a disiparse. Me llené de dicha cuando me ví agradeciendo por mi cuerpo, máquina perfecta, en un mantra que canta a mi tesoro más anhelado: La Verdad.
Pude sentir por fin en carne propia lo que siempre defendí como una idea: que lo físico no solo no se opone, sino que necesariamente va a la par con lo espiritual.

Pero lo mejor de todo: ¡cada día quiero volver a hacerlo de nuevo! Cada mañana, a pesar de la cama tibia, necesito hacer por lo menos un par de ejercicios. Cada noche Kundalini me llama a sentarme y relajar mi cuerpo, mi corazón y mi mente.