miércoles, 23 de diciembre de 2009

La Vida y el Viento.

Y si por un instante
los cangrejos se callaran
y me dejaran conciliar
este sueño errático
Si pudiera oír los violines
el agua entre las piedras
los bosques de mi pelo
las arañas y los ciervos
y este torrente ígneo
que intuyo dentro mío
No existiría idea que me pegara al suelo
me bañaría en mi propia leche
de lo fecundo de mis signos
de mi boca nacerían hadas
de mis manos caerían mundos
de mi padre crecerían soles
de mi madre encontraría el rastro
trocaría los ídolos por cristales
sazonaría los embrujos con hinojo
me partiría los huesos
y me colaría bajo los portones
como los gatos
para mirar bajo la falda de la Vida
y robarle un trocito
una pluma aunque sea
una hoja
o una mota
una hilacha del vestido
una hierba de su monte
una brizna de su nombre
magnífico nombre por el que vale la pena nacer
o haber nacido
Los canallas se morderían los labios
en mi cuerpo crecerían duraznos
me llenaría de saltamontes y grillos
y posiblemente el Viento
renacería de entre sus cenizas
y me dictaría los poemas
que todavía le llenan la boca.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Charlotte.

Charlotte fue la protagonista de algunos de mis cuentos de adolescente, mi compañera en momentos de tristeza, mi amiga a la que tanto me gustaba acariciar. Le decíamos "La Gata Sanadora" porque se acercaba a masajear la zona adolorida cuando estábamos enfermos, fuera de salud o de pena.

Gran cazadora de palomas, lagartijas y una caturra, madre celosa de tres camadas, amante de la sombra de los árboles y las briznas de pasto de nuestro jardín. La señorita más educada del salón, la unica mascota conquistadora del amor de mi hermano Mauricio.

Testigo de los carretes en mi cuarto azul de la época del colegio, a los que llegaba con toda la calma del mundo como una partícipe más. Sigilosa al punto de abrir la boca sin emitir maullido alguno, dulce en su voz cuando por fín decidía alzarla.

Lectora incansable de los libros que disfrutábamos metidos en la cama durante los días de invierno.



Jamás escatimó en arrumacos, pero elegía con total soberanía la habitación en la que dormiría cada noche. Carabina inflexible de algún novio que me visitó en ausencia de mis padres, intérprete perfecta del "español-gatuno, gatuno-español".

Llegó a casa por opción propia, cuando aún era una cachorra. Y no solo se quedó, sino que se mudó 3 veces junto a la familia, tomándose religiosamente su primer día en cada casa nueva para conocer los techos (y a los vecinos) de su recién estrenada residencia.

Así la vimos crecer, pasar por el trance de la esterilización con liposucción incluída, empezar a perder los dientes (pero jamás la jovialidad) engordar y volverse una Señora Gata, juguetear y remolonear a piacere, y envejecer de pronto, como envejece una flor que un dia deja de ser regada.

Siempre fue saludable, pero enfermó de una semana a otra hace un par de meses. Dejó de comer y comenzó a despedirse. Como una vieja camarada con la que has compartido tus más íntimos secretos, se dejaba acariciar en su zona más enferma. Estrujó su dominio sobre el jardín y los sillones hasta el último momento en que una noche, mientras dormía, dejó de respirar.

Aún al levantarnos creemos ver su figura apareciendo sigilosa en la puerta de la cocina, pidiendo su desayuno como era su costumbre.

Adios amigaza preciosa. Que un mullido sillón en medio del jardín más frondoso te espere por esos lados que conoces ahora.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Hombre muerto en el andén.

Hoy ví a un hombre muerto en el andén del metro.

Se había ido durmiendo poco a poco mientras el frío le entraba en los huesos y le dibujaba una sonrisa en la cara congelada.

Su sangre se había convertido en un solo bloque morado y sólido y en las manos conservaba, intacta, una mariposa viva y una carta escrita en húngaro.

Pero su corazón seguía latiendo.

Sólo entonces caí en cuenta de los 28 grados de calor, de los chicos en bermudas y las jóvenes de melenas castañas que se abanicaban con sus revistas de fotos de famosos.



El hombre del andén murió de pena, congelado por el frío que le dejó alguien que se fue o que no llegó.

Pero su muerte tenía de alegre que, con su llegada, el amor que mantenía latiendo su corazón comenzaba a ser eterno.