lunes, 12 de septiembre de 2011

Conformistas, cómodos, pusilánimes o cretinos.

Me llama la atención que ultimamamente haya proliferado tanto el argumentito fácil sobre lo inútil o estúpido de ciertas acciones que se han llevado a cabo para manifestarse en contra del actual sistema imperante en Chile, con su centro en el confilicto estudiantil y con una multifacética gama de temáticas en la periferia.

Me pregunto: si no sirve participar en una marcha, aunque sea por hacer choclón; si no sirve alegar por lo que es justo, aunque sea por FB; si no sirve protestar con lo tienes a mano, así sea una cuchara de palo; si no sirve tirar piedras, porque es violento; si no sirve llamar a plebiscito, porque no se puede decidir todo llamando a plebiscito; sino sirve creerle a la prensa, porque simpre miente; si no sirven los "datos duros" porque son manipulados; sino sirve votar, porque siempre salen los mismos funcionarios públicos que se creen dueños del país... ¿que quieren que hagamos los que no estamos de acuerdo con la calidad de vida que se nos impone? ¿que nos convirtamos todos en cretinos neoliberales a ver si así nos funciona el modelito?

Porque en el fondo la crítica a los que han salido a las calles no es más que porque ellos dejan en evidencia la propia cobardía, el miedo a perder ese privilegio de poder comprar la calidez de una vida cómoda. O más que eso, el miedo de perderlo por criticar al patrón que nos lo permite, al que nos da de comer si nos portamos bien, al que nos palmetea la espalda cuando producimos más oro para sus arcas y nos dice que sigamos así, premiándonos con un aumento de sueldo para poder comprar esa calidez, que a su vez nos hace olvidar cómo nos deslomamos para conseguirla.

Esta bien querer y tener una vida cómoda. ¿Por qué no? Nos lo merecemos. Hacemos muchas cosas por conseguirla, y todo lo que se nos ofrece hoy en día sirve para ir haciéndola cada vez más cómoda, cada vez más cálida. Pero no para todos es así. Algunos se desloman tanto o más, y aún así no disfrutan de esa vida. ¿Están haciendo algo mal? Puede ser. Pero, ¿alguien les explicó como hacerlo bien sin que detrás hubiera una intención innegable de ganar algo a costa de ello? En alguna época se dijo que para poder comprar esa vidita había que ser de la nobleza. Empezaron a vender titulos nobiliarios. Hoy se dice que para tener una vida cómoda hay que tener un título universitario. Así que empezaron a venderlos, en cuotas, y con intereses. Y lo paradójico es que muchos de los que realmente tienen esa vida que todos anhelamos, ni son nobles (en ningún sentido de la palabra) ni tienen título. Más bien son los que venden y defienden el modelo, los que se dan el lujo de tener una vida cómoda. Una vida cálida. Una vida en la que criticar el modelo es criticar la propia vida.

Es cierto, existen algunos seres humanos notables, convertidos en cliché por lo grandioso y bello de sus actos. Pero no todos somos así. Hay una señora que vive en un barrio, que tiene una fuerza enorme, un empuje tremendo y una alegría a prueba de todas las malas jugadas de los gobiernos de turno. Pero lo único que tiene a mano en este minuto es una paila y una tapa de olla. Es lo que usa para luchar. Me parece más valiente que el mismísimo William Wallace. Lo mismo con ese pendejo, que sin nada que ganar para él mismo, porque ya se lo cagaron con un préstamo que no va a poder pagar, o porque ya se tituló y pagó lo que tuvo que pagar, se para a hacer el ridículo frente a las cámaras, sin la vergüenza que me daría a mí hacerlo, y ese ridículo llega a todo el mundo, a los paises vecinos y a los más lejanos, y gracias a él, se enteran de la farsa que vivimos en Chile, "el país donde se cobra a sus estudiantes por educarlos". A mí me convencieron de que votar en las elecciones de cada 4 años servía de algo. Hoy pienso que a la única que le sirve es a mí, porque me es útil sólo para no sentir que fui yo la que eligió al funcionario público al que le toque ponerse la banda presidencial, ni a los que se sienten en el parlamento o el senado. Pero me sirve malamente, porque no cambia nada, y porque no le sirve a nadie más, y por lo tanto, no le sirve a nadie. A estas alturas ya creo que si realmente votar fuera bueno, sería ilegal. Pero es lo que tengo a mano, y mientras no se me ocurra ni me atreva a otra cosa, lo seguiré haciendo. En una de esas, algún día ayudo a elegir al único funcionario que quiera cambiar las cosas para el bien de la mayoría, y no sólo de sus colegas.

Yo prefiero apoyar a los que hacen algo, por débil que sea, por sutil e invisible que sea, en vez de defender el quedarme tibiecita mirando tele en mi casa, cuidando lo mío y diciendo que todo lo que hace el resto de inconformistas es inútil o estúpido.

domingo, 31 de julio de 2011

Infancia.

Es cierto que los niños son más auténticos, que su Alma está más limpia, que sus cuerpos no soportan el peso de la vergüenza... pero de igual modo creo que el estado infantil está sobrevalorado.

No logro sucumbir ante el romanticismo del querer volver a ser niña. Por donde la mire me parece una idea nefasta, y no porque mi infancia haya sido traumática, porque no lo fue, sino porque volver a ser niña significaría, visto de un modo recional, volver a ir creciendo, enterarse de nuevo de tanta cosa incomprensible que compone al mundo, de pasar de nuevo por el colegio, de sentir de nuevo esos cambios en el cuerpo, de rebelarse contra los padres, de volver a tener que pasar por las improvisaciones de vivir cada día...

Me dirán entonces que la idea de proponer un retorno a la infancia es que ese retorno sea permanente, una infancia perpetua donde no se crezca y donde uno permanezca siempre ignorante de las cosas incomprensibles del mundo, en una especie de Nunca Jamás. Esta imagen me parece aún peor. Es perversa, como lo es cada idea de eternidad, que de tan quieta ya parezca muerta. Cuando yo era niña tenía la inocencia de una niña pero, como es lógico, carecía de la sabidura de un adulto sabio que sabe que es inútil sufrir por imaginar un futuro que no llega. Cuando yo era niña no sabía que el presente es el momento más valioso de la Vida, y siempre estaba pensando en lo que pasaría más adelante. Mis adultos contribuían a ese sufrimiento cada vez que me preguntaban qué quería ser de grande, porque no solo no tenía idea, sino porque me ponían en situación de decir cualquier cosa, fuera sentida o no. Pasaba mis días deseando que llegara el momento de ser adulta, de desligarme de ciertos yugos inherentes a ser chiquita, de no tener que ir más al colegio.

Por otro lado, la visión fabulosa del adulto no tiene nada que envidarle a la del niño, sino más bien al revés. Cuando los grandes ven un dibujo que raya en lo cubista hecho por un niñito de 5 años, aseguran "¡Así ven los niños el mundo!". Nada hay más falaz que una afirmación semejante. Cuando yo era chica y dibujaba, lo que tenía en mi mente no se parecía en nada a lo que plasmaba en el papel. Lo intentaba, con mi escasa destreza motriz y mi nula técnica pictórica, y el resultado me tranquilizaba porque era una niña, no porque creyera que realmente había logrado hacer una reproducción fiel de un sentimiento o una figura existente en mi cabeza. Muy por el contrario, los niños son binarios en demasía. Aún recuerdo una vez que con un novio de mi adolescencia nos disfrazamos de arlequines. No teníamos sombrero asíque anudamos las puntas de una panty y nos las calzamos a la cabeza con los nudos a modo de pompones colgando a ambos lados. Yo veía un sombrero de arlequin, pero dos niñitas de no más de 7 años nos preguntaron ¿porque llevan un pantalón en la cabeza? De nada sirvieron mis intentos por que utilizaran su imaginación, ellas nos miraban con la cara con la que se mira a un orate.

A mí no me seduce la infancia. Ya bastante inmadura soy aún como para querer volver a serlo más todavía, llevo 30 años queriendo dejar de ser una niña y difícilmente podría decir que lo he conseguido. Y la infancia de los demás tampoco me conmueve. Los niños son espantosos, gritan, corren, rompen cosas, y aunque reconozco que también es admirable su incapacidad de respetar la intimidad de otro, no por ello me parece "mágico" ni "puro". Simplemente me parece molesto.

No, definitivamente la infancia no es más bella que cualquier otro momento de la Vida. Cada época puede ser linda u horrorosa dependiendo de lo que hagamos en ella, y en mi caso, aunque en mis registros se encuentran momentos tristísimos, no cambiaría ninguno de ellos por los recuerdos hermosos de Guadarrama, Cerrillos o el Albaicín, que sin duda no le llegan ni a los talones a cada comprensión sublime, a cada momento de cálida compañía, a cada vez que hice el amor con un hombre que amé, a cada día que aprendí algo nuevo, cada vez que visité un lugar que no conocía, cada vez que hice algo que me gusta. Mi Vida, así, con su infancia en su lugar, es perfecta.

domingo, 27 de febrero de 2011

El pato negro

No sé que le encontró la gente a la película "El cisne negro". Creo que somos más influenciables de lo que nos damos cuenta, y que solo porque ha tenido buena crítica, a todos les ha parecido excelente.

A mí no. Es más, me pareció pésima. Con un argumento que desde siempre ha sido abordado en obras literarias, escénicas, cinemátograficas, musicales y pictóricas, y que aún así, a pesar de lo trillado puede seguir siendo desarrollable, no hacían falta esos efectos especiales de película de terror de cuarta.

Espejos que muestran reflejos independientes del reflejado, apariciones sangrientas, dibujos que hablan, y demases escenas truculentas, consabidas hasta el hastío desde Bela Lugosi hasta el cine Gore que haría las delicias de Salfate, pasando por Thriller de Michael Jackson, solo dejan en claro una falta de imaginación casi patológica y un mal gusto de proporciones.

Antes de ir a verla me llamó la atención no solo las nominaciones a los Globos de Oro y los Oscar, sino el comentario reiterado sobre la magistral actuación de Natalie Portman... que sin embargo no es tal. Magistral actuación habría sido si no se hubiesen necesitado todos los efectos ya mencionados y todos los retoques digitales que nos permitieron verla bailar cuando no era ella quien lo hacía y verla luchar contra su personaje, que pujaba por expresarse, cuando no era ella quien actuaba, sino un programa computacional que hacía que le salieran plumas (¡plumas!).

Por otro lado, convengámos en algo: Un cisne, por bello y grácil que sea, no deja de ser un pato elegante. Un pato, que no es lo mismo que un león, un lobo o un dragón. ¡Tiene membranas natatorias! ¡Y un pico plano con el que se saca los piojos de entre las plumas! ¡Hace caca verde! La metamorfósis en animal tan carente de ímpetu es humillante. Es como convertirse en pollo.

Recuerden la película en la que Jack Nicholson se transforma en lobo. Primero que nada, la única alusión física de su mutación es que le salen unos pelos gruesos donde antes no los tenía. Punto, de ahí en más todo es su actuación, a parte de unos lentes de contacto amarillos y algún que otro salto canino. Luego, uno se entera de que el tipo se está transformando en lobo, no porque le salga cola, sino porque el duerme 23 horas seguidas, olfatea la ropa interior de su esposa hasta llegar a ella al otro lado de la ciudad, y escucha cosas que antes no podía oír tan claramente. Se nos deja claro que el hombre casi lobo salió de caza, no porque lo viéramos desgarrando con sus colmillos la yugular de un vagabundo, sino porque en la escena siguiente, después de pasear hambriento por el parque, encuentra un dedo en el bolsillo de su chaqueta.

En "El Cisne Negro", todo es explícito, independientemente de si es o no producto de la imaginación de la protagonista, su metamorfosis es, además de ridícula, evidente, como si la mente humana no pudiera inferir, sino solo percibir, para poder comprender las cosas.

Mi recomendación: si quieren ver al cisne negro, junten plata y vayan a ver al Bolshoi interpretando "El lago de los Cisnes" que, seguro, la bailarina principal sabrá seducirlos sin necesidad de más efectos que los de la iluminación del teatro y de la interpretación de su orquesta.