jueves, 5 de enero de 2012

Mi diario en Cuba

Cuba me sorprende cada día más. Al principio sentía el alucinamiento de venir aterrizando, de estar cumpliendo un sueño, de caer de pronto en un lugar tan radicalmente distinto a los que vengo. Pero según han ido pasando los días, y voy dimensionando las cosas de un modo más “real”, me sigo maravillando de lo que es este país.
Hay cosas que me molestan mucho, pero no son distintas a las que me pudieran molestar en Chile, España o Argentina. Me molestan los negros buitres que me dicen cosas al pasar, que se acercan en cuanto creen ver la oportunidad de embaucar a una extranjera, ya sea para acostarse, ya sea para lograr que les paguen la jarana. Me molesta la espera incierta de una guagua que cuando llega está atestada, o que a veces simplemente no llega. Me molesta el ruido, los gritos, portazos, bocinazos y el reggeaton incesante y altísimo. Lo mismo que en cualquier micro, o en cualquier plaza, o en cualquier bar, pero más exagerado.
Pero lo que me encanta, no lo he visto en ninguna parte. No es la amabilidad de su gente. No es la alegría ni la música en las calles, no son las frutas ni las playas. Podrían ser los talleres de (buenos) artistas que abren sus puertas a la calle y que se repiten 3 o 4 veces por cuadra en La Habana Vieja, y donde no son los artistas charlatanes con aires de intelectuales que vi en Barcelona o en Santiago. O tal vez las innumerables galerías de arte, donde la entrada es un saludo y donde quienes las visitan son personas normales y corrientes que andan por ahí, sin cócteles y copitas de vino y pintas de “hippies-alternativos-altísimamentecuicos”; o los distintos departamentos destinados a arqueología, espeleología, arquitectura, economía, historia; o los muchísimos centros para la tercera edad; o los incontables hospitales, centros de rehabilitación, centros de salud especializados. Pero no es solo eso.
Hoy fui a Guanabo. Es una ciudad costera, a unos 45 minutos de La Habana. Fuimos un rato a la playa y luego almorzamos en casa de la hermana de Raúl, Nora. Ella me contaba que cuando acababa de casarse con su primer marido, estaba con su hija recién nacida, y se fue al monte, a apoyar la Revolución. Le daba pecho a la bebé y en el otro hombro se colgaba el fusil. Solo estuvo un mes. El resto de sus hermanos y su marido, se quedaron varios meses. Raúl no me había contado nada de eso, pero sí me ha dejado claro en este tiempo su apoyo a Fidel y su consecuencia con el planteo de la Revolución. Supe que él y Nora no fueron soldados, sino que llevaban medicamentos, comida y material escolar. Ellos se sienten contentos con lo que tienen, con lo que les ha dado la Revolución. No necesitan más, dicen que viven bien, que Cuba es un buen lugar, con sus líos, como en todas partes, pero que no se puede hacer todo de una sola vez, y que poco a poco se va avanzando. Raúl, por ejemplo, recibe cada 19 días, un balón de gas de 11 kg. Lo recibe tan a menudo porque en su cartilla están incluidos su hija y uno de sus nietos. Pero en la casa vive solo él, así que no cobra el balón que le corresponde hasta que el que tiene se le agota. Podría conseguir un balón vacío para pedir el balón que le corresponde y venderlo, pero no lo hace.
Nora me dijo hoy que la comida que me ofreció estuvo mala porque se le quemaron los frijoles y tuvo que cocinar de nuevo algo improvisado. Pero lo cierto es que había arroz, cerdo, plátano frito, ensalada de tomate, pepino y cebolla y jugo de guayaba. A mí no me parece que esa sea mala comida. Y son pobres. Vive en una casa grande, muy bonita, con una terracita. Pero le complica vivir en Guanabo porque ya es vieja y está sola, y viajar a La Habana es muy largo y difícil. Así que va a permutar su casa, con alguien de La Habana que quiera vivir en Guanabo. ¿Para qué arrendarla? si lo que necesita es una casa, no dinero.
En la televisión los programas hablan de los trabajos de alfabetización que se realizaron a nivel nacional en los años ’60. Hay programas de matemáticas y gramática para los niños. Ya he visto varios sobre temas de salud, enfocados de distintas maneras para que la gente comprenda de qué se tratan ciertos síntomas y qué medidas deben tomar antes de acudir a un médico. Los programas culturales incluyen entrevistas a profesores de arte, música y cine, que ofrecen verdaderas clases de historia del arte, de estética, de diseño, de música, de actuación.
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Hoy estaba en casa de Raúl, después de almorzar estábamos charlando sobre la campaña de alfabetización. Me estaba contando que él también participó, en su caso con la doble tarea de alfabetizador y de tutor de un grupo de niños y jóvenes alfabetizadores, ya que él era maestro. Me confirmó lo que vi en la TV: que la campaña cubana ha sido la única en el mundo con un éxito casi total en esa labor, y que fue debido a que en ella participó todo el país. Solo era necesario saber leer y escribir para inscribirse como alfabetizador. Había muchísimos niños de 10 o 12 años que iban a los montes a enseñar a leer y escribir a ancianos, jóvenes y niños campesinos, la mayoría pobrísimos, que los acogían y en cuyas casas debían vivir en las mismas condiciones de la gente a la que enseñaban. En esa charla estábamos cuando golpearon la puerta. Raúl me pidió que abriera, y cuando lo hice, me encontré de frente con una enfermera que me preguntó si había alguien con fiebre en la casa. Entendí lo que dijo, pero no podía entender qué hacía ella ahí preguntando eso. Raúl gritó desde el sillón, “No, estamos todos sanos, gracias”. La enfermera se despidió y se fue. Siguió llamando y preguntando en cada departamento. Mi cara de sorpresa debe haberle dado risa a Raúl. Me explicó que era del consultorio correspondiente a su barrio, que periódicamente pasa a preguntar por si hay alguien con algún malestar.
Sé que no puedo pretender hablar de Cuba cuando solo voy a estar 13 días en La Habana, pero hay cosas que puedo decir, comparando lo visto y lo sentido en otros lugares que conocí. Recuerdo que en Marsella, cuando fui a reunirme con Luis Felipe, y donde estuve tan solo 3 días, apenas bajé del tren vi un grupo de unos 6 policías marchando formados, con metralletas en ristre, vestidos como comando de color azul. Esa escena se repitió varias veces en esos tres días y cada vez que la presencié sentí temor. Puede ser que estuviera influenciada por el hecho de saber que estaba ilegal y que mi traspaso de la frontera no había sido muy “honesto”, pero lo cierto es que nunca me pareció que esos policías protegieran a la gente. Más bien los sentí un agente represor, tal como siento a los carabineros en Chile. Podría decir que en España la Guardia Urbana era un poco más amable, pero no dejaba de producirme esa sensación de que eran represores más que protectores. Ni hablar de la Guardia Civil. Solo por el hecho de ver ese uniforme y ese casco trapezoidal ya producen urticaria, los españoles los tienen asociados al franquismo y reaccionan violentamente solo de verlos, y efectivamente son tremendamente represores cuando les toca “preservar el orden público”.
Pero en estos días he paseado por gran parte de La Habana Vieja y nunca sentí ese temor, esa violencia al ver un policía o un militar. Y no hay pocos. En realidad hay en casi todas las esquinas. Sé que puedo estar influenciada por mi paisaje, por lo que me enseñaron, pero lo cierto es que me sentí segura, no amenazada. Hablé con algunos, para preguntar calles y otras cosas, y no tuve la sensación de estar conversando con un uniformado. Nunca me han gustado los milicos, sean revolucionarios o fascistas, eso de la armas y los uniformes no me va, pero qué puedo decir, los de este país parece que entienden mejor que muchos civiles lo que es la no violencia. Saben que la gente violentada reacciona violentamente. La gente lo habla, la TV lo dice, el diario lo establece como un axioma. Y proponen una alternativa: el amor, el cariño, la ternura, la dulzura, la solidaridad, la amistad. Ocupan esas palabras, no es una interpretación mía. Las pronuncian cuando hablan de atender pacientes, de enseñar a los niños, de rehabilitar a los discapacitados, de cuidar de los ancianos, de restaurar el patrimonio, de abrir centros culturales, de ofrecer ayuda a otros países… En las noticias entrevistaban a una señora que estaba tratando de tramitar su visado a Miami para visitar a su familia. En la embajada de EEUU la trataban mal, y ella alegaba que no le importaba tanto que no le dieran su visa como el hecho de que las explicaciones que le daban para no hacerlo, no se las dieran con un poco de ternura.
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El día de hoy fue súper raro. Estaba lindísimo, caluroso, despejado, con un cielo azul brillante. Pero por la misma razón parece que salieron todos los turistas a la calle. Casi no se podía caminar por la Habana Vieja, fue agobiador.
Además, fui a visitar el laboratorio de restauración de la Oficina del Historiador, que funciona en la Universidad de San Gervasio, y si bien fue una linda experiencia, me pasó parecido a lo del taller de luthería, ya que no dejan sacar fotografías ni mucho menos filmar. Es una pena, porque lo que a mí más me interesa es poder mostrar en Chile lo que yo estoy pudiendo constatar aquí. Contarlo no es lo mismo. Verlo es mucho más impresionante, porque uno desde afuera tiene otra imagen de Cuba. Este es un país pobre, con mucha dificultad para conseguir tecnología. Sin embargo han sido inteligentes y han logrado mucha cooperación internacional, por lo que han podido equipar sus laboratorios bastante bien. Pero lo mejor de todo no son los aparatos ni la tecnología, sino la mentalidad, la disposición que tiene esta gente. Aquí no hay afán de lucro, y el prestigio no está basado en la posesión de un “algo” que los demás no puedan alcanzar (conocimiento, posición, nombre…). Es difícil de explicar bien, porque es algo que más se siente en la conversación, en el intercambio, y que no es tangible. Todas las personas que me han recibido, que me han atendido, todas, sin excepción, me han preguntado por el conflicto estudiantil en Chile, y de ahí parten a exponer su convicción de que el conocimiento debe estar al alcance de quien quiera obtenerlo, y de que la excelencia y la rigurosidad deben ser parte fundamental en el estudio de cualquier disciplina.

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