sábado, 30 de mayo de 2009
La Gloria.
Desde la esquina de tu casa,
tan urbana como cualquiera en Santiago de Chile,
veo tu Luna.
Sé que dejas las piedritas en sal para que se renueven
sé que huyes al jardín y le hablas
sé que ella te responde, silenciosa.
Traviesa, nos convences de tu edad infinita.
Poderosa, logras la magia que sólo los niños conocen.
Bellísima, pocos son los que no buscan tu cercanía.
Eterna, porque conoces la farsa de tu propia Muerte.
Si yo pudiera igualarte
así tantito
aunque fuera
si yo pudiera acercarme
al reflejo siquiera
de mujer tan enorme
no pediría nada más
porque tú nunca pides nada
no odiaría a nadie
porque tu no odias
no tendría siempre tanta rabia
porque tu solo tienes siempre alegría
no querría parecerme a tí
porque tú estás tan feliz siendo tú.
Y aunque todos pidan ansiosos el secreto
de tu simpatía sin limite
tu juventud inexplicable
y tu fuerza tremenda
aunque todos te veneren
y no contengan sus ganas
de clamar a las alturas
por tí Oh! Gloria
aunque los seres de todos los mundos
te visiten y te busquen
y el viento te acompañe
y la luna te hable
y la luz persiga reflejarse en tus retratos
así y todo
tú sigues siendo humilde
tu mirada sigue siendo tierna
tu voz sigue siendo dulce
tu corazón sigue siendo sabio
y muy grande
muy grande
sobre todo
tu corazón
sigue siendo
muy, muy grande.
viernes, 22 de mayo de 2009
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría si despertamos dándonos cuenta que somos mayoría?
¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, sólo una, es repudiada por todos, todos que somos todos, no unos, no algunos, sino todos?
¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos, nos multiplicamos, nos sumamos y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso?
¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas, en silencio, en multitudes ,en millones de miradas la cara de los opresores, sin vivas, sin vivas, sin aplausos, sin sonrisas, sin palmadas en los hombros, sin cánticos partidistas, sin cánticos?
¿Qué pasaría si yo pudiese por vos que estás tan lejos, y vos por mí que estoy tan lejos, y ambos por los otros que están muy lejos, y los otros por nosotros aunque estemos lejos?
¿Qué pasaría si el grito de un continente fuese el grito de todos los continentes?
¿Qué pasaría si pusiésemos el cuerpo en vez de lamentarnos?
¿Qué pasaría si rompemos las fronteras y avanzamos, y avanzamos , y avanzamos
y avanzamos?
¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener sólo una, la nuestra, la de todos, o mejor ninguna, porque no la necesitamos?
¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser seres humanos?
¿No sé… me pregunto yo qué pasaría?
Mario Benedetti
viernes, 15 de mayo de 2009
La Muerte de Ulises.
Como siempre en mi relación con Ulises, me habló de su muerte en sueños. Con pocas personas me he relacionado más a través de mis sueños que en vigilia como con él. Pero claro, no supe hacer la lectura de su mensaje esta vez. O no quise. En esa Vida Onírica que vivo cada noche, él estaba sólo visualmente, pero con mi madre hablábamos de su recuperación sabiendo que hablábamos de alguien que no estaba presente en el mismo lugar que nosotras.
- ¡Se disolvió! - me contaba mi vieja, refiriéndose al tumor que le habían encontrado a Ulises en el cerebro un mes antes - ¡Se disolvió como si fuera de gelatina!
Y yo sentí alivio, y cierta alegría, mientras mirábamos a este holograma de Ulises traído por nuestra evocación, caminando por el patio, medio encorvado, con su chaqueta marrón medio raída y paso nervioso, como buscando algo entre las plantas.
Al día siguiente mi mamá me llamó por teléfono. Esa noche partía a Viña del Mar, pero antes almorzaría con el amigo de Ulises, que la había llamado para "contarle algunas cosas". Y yo supe. No me atreví a decirlo, pero lo supe. Lo negué, me dije a mí misma "no seas huevona, no pasó nada". Pero lo supe.
No pasé mucho tiempo con él. Era más bien como un personaje misterioso en la historia familiar. En mis sueños aparecía siempre como esos seres lumínicos y traviesos, siempre me entregaba el amuleto que serviría más adelante en mi aventura y siempre era un compañero, tal como él me llamaba desde que lavábamos platos en una perfectamente orquestada sincronía de esponja, lavalozas, enjuagues y secado con paño sucio de cocina.
Pero lo que más me estremece es el descalabro que produce la Muerte en quienes nos quedamos de este lado. Incluso cuando sabemos que es una farsa, incluso cuando creemos que hay un otro lado, que es un paso hacia una ciudad luminosa y etérea, aun cuando creemos sentir los pasos o la caricia de quienes ya se fueron, sigue provocándonos tristeza, soledad, impotencia, incompresión y rabia. ¿Porqué?
Siento que la Muerte me asusta más hoy que la voy comprendiendo como algo real. Ya no es la idea de la Muerte. Es la evidencia de ella. Y el problema no es la Muerte de uno, sino de quienes amamos. Porque yo jamás imaginé la muerte de mi hermano, pero a raíz de la suya, hoy vuelvo la cabeza ante la simple idea de que, algún día, mi otro hermano muera sin aviso previo, o mi madre, que seguramente lo hará antes que yo, o mi padre, que tan lejos y tan cerca ha estado siempre, o mi amado, que es definitivamente a quien más cerca deseo tener.
Ulises nos hizo regalos maravillosos a todos. La imagen de quien lucha por sus ideales estoicamente, la idea del compañero leal, el romanticismo de aquellos amores utópicos y tal vez imposibles, la evidencia de la sensibilidad a flor de piel en cada minuto, la simpatía a pesar del dolor guardado en el pecho.
No sé todavía cómo se hace, como no he sabido hacerlo respecto de la muerte de mi hermano Mauricio, pero creo que el encumbramiento de la alegría que nos dejaron es la única forma de vencer a la Muerte.
Es por eso que hoy, a tí, oh Gran Ulises, te saludo!!
- ¡Se disolvió! - me contaba mi vieja, refiriéndose al tumor que le habían encontrado a Ulises en el cerebro un mes antes - ¡Se disolvió como si fuera de gelatina!
Y yo sentí alivio, y cierta alegría, mientras mirábamos a este holograma de Ulises traído por nuestra evocación, caminando por el patio, medio encorvado, con su chaqueta marrón medio raída y paso nervioso, como buscando algo entre las plantas.
Al día siguiente mi mamá me llamó por teléfono. Esa noche partía a Viña del Mar, pero antes almorzaría con el amigo de Ulises, que la había llamado para "contarle algunas cosas". Y yo supe. No me atreví a decirlo, pero lo supe. Lo negué, me dije a mí misma "no seas huevona, no pasó nada". Pero lo supe.
No pasé mucho tiempo con él. Era más bien como un personaje misterioso en la historia familiar. En mis sueños aparecía siempre como esos seres lumínicos y traviesos, siempre me entregaba el amuleto que serviría más adelante en mi aventura y siempre era un compañero, tal como él me llamaba desde que lavábamos platos en una perfectamente orquestada sincronía de esponja, lavalozas, enjuagues y secado con paño sucio de cocina.
Pero lo que más me estremece es el descalabro que produce la Muerte en quienes nos quedamos de este lado. Incluso cuando sabemos que es una farsa, incluso cuando creemos que hay un otro lado, que es un paso hacia una ciudad luminosa y etérea, aun cuando creemos sentir los pasos o la caricia de quienes ya se fueron, sigue provocándonos tristeza, soledad, impotencia, incompresión y rabia. ¿Porqué?
Siento que la Muerte me asusta más hoy que la voy comprendiendo como algo real. Ya no es la idea de la Muerte. Es la evidencia de ella. Y el problema no es la Muerte de uno, sino de quienes amamos. Porque yo jamás imaginé la muerte de mi hermano, pero a raíz de la suya, hoy vuelvo la cabeza ante la simple idea de que, algún día, mi otro hermano muera sin aviso previo, o mi madre, que seguramente lo hará antes que yo, o mi padre, que tan lejos y tan cerca ha estado siempre, o mi amado, que es definitivamente a quien más cerca deseo tener.
Ulises nos hizo regalos maravillosos a todos. La imagen de quien lucha por sus ideales estoicamente, la idea del compañero leal, el romanticismo de aquellos amores utópicos y tal vez imposibles, la evidencia de la sensibilidad a flor de piel en cada minuto, la simpatía a pesar del dolor guardado en el pecho.
No sé todavía cómo se hace, como no he sabido hacerlo respecto de la muerte de mi hermano Mauricio, pero creo que el encumbramiento de la alegría que nos dejaron es la única forma de vencer a la Muerte.
Es por eso que hoy, a tí, oh Gran Ulises, te saludo!!
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