El 23
de Abril siempre me trae una alegre nostalgia. Trabajábamos toda la
noche haciento flores de papel y marcadores de página mientras mi viejo
arreglaba el carrito con los tablones y los caballetes, ordenaba los
libros de escritores hispanoamericanos y las resmas de revistas "Neruda
& companyía" que él mismo compaginaba, editaba e imprimía, además de
redactar algunos textos, recopilar poemas y cuentos
de buenos autores y recibir las colaboraciones de los contertulios, en
un intento épico por recuperar nuestra literatura. Luego, sin dormir,
nos íbamos temprano a Las Ramblas, armábamos el mesón y disponíamos los
libros, las rosas y los marcadores. El día siempre era hermoso. Los
catalanes tienen ese aire de antigua aristocracia al caminar, murmuran
en su idioma también antiguo y, cuando les gusta un libro, nunca
regatean. Las parejas se besan cuando el momento del intercambio de rosa
por libro se produce. Los latinos éramos los únicos que voceábamos
nuestra mercancía literaria como si fueran frutas. En días como hoy,
cambiaría la montaña por la ciudad, por esa ciudad y por ese puesto de
mantel verde.
Les dejo, en conmemoración al día del Libro (y de
la Rosa) y de la epopeya que significaba para mí lo que mi padre hacía
en esa época, un poema de un grande a otro grande, de Julio a Ernesto,
de uno de los mejores escritores latinoamericanos a uno de los mejores
hombres de América Latina.
YO TUVE UN HERMANO
Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.
Caminé de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.
Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Julio Cortázar.
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