He mirado hacia atrás, hacia los lados y hacia adentro. Lo he hecho porque recordé haber exigido a alguien que lo hiciera.
Y me he visto juzgando a quienes juzgan. Los he culpado de culparme y culpar a otros. Les he recriminado no mirarse para descubrir aquello que los convierte en indeseables. No me queda alternativa: debo mirar yo también.
Dijo el Sabio que el perdón posicionaba a unos por sobre otros, dijo que era mejor que la venganza, pero no mejor que la reconciliación.
Yo le creo. Sin duda busco reconciliarme con aquellos que me dañaron. Pero hoy, más que nada en el mundo, necesito mi perdón.
Necesito perdonarme por no haber sabido cómo, por el daño que yo causé, por mi incapacidad de perdonar a otros. Necesito perdonarme por alejar de mi lado a gente linda, por ser tan grave, por creer que existe una forma de hacer las cosas: la mia. Necesito abrazarme, acariciarme el pelo, secar mis lágrimas y perdonarme por no haber sido más generosa, por esperar siempre algo a cambio, por exigir lo que no soy capaz de dar, por haberle dado más importancia a los constructos de mi cabeza que al amor, que a la mirada, que a la risa.
Quienes me aman dirán "¡¿Pero cómo?! Si eres bella, si eres buena, si nos traes alegría", y estarán en lo cierto. Pero quienes no me aman dirán "Ya era hora". Y hoy resulta que todas las opiniones me valen lo mismo, tanto y tan poco al mismo tiempo, nadie vale más, nadie menos, y yo, en el centro, siento que esto es cierto, y que eso es lo que vale.
No estoy aquí.
Estoy mucho tiempo después,
mirando cómo se rehacen los tejidos de mi alma,
como cicatriza lo que me hice
con la soberbia,
con la intransigencia,
con el egoísmo,
con la demanda constante de que me hagan feliz.
No estoy aquí.
Estoy en un futuro muy lejano
viendo cómo se empluman mis omóplatos,
cómo se transparenta mi mirada,
cómo se derrumban las fronteras
que me separan del mundo.
No estoy aquí.
Estoy mirando con ternura
aquel tiempo en que no sabía
que era capaz de amar.
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