viernes, 19 de julio de 2013

Diario en el Parque, parte II.



La 1ª vez que estuve cumpliendo esta función fue en mayo del año pasado. Pasaba por un momento de mucho vacío y tristeza, y venir aquí me puso en disposición de salirme del cochambre personal y poner lo mejor de mí al servicio de otros. Fue en esa oportunidad cuando descubrí que las aparentes pérdidas no eran más que liberaciones de cadenas a las que les tenía demasiado apego. Compartí con una mujer maravillosa que fue mi compañera (los cuidadores vienen en parejas, así cuidan el Parque y se cuidan mutuamente), recibí el regalo de escuchar canto tántrico en La Sala, y preparamos junto a otros amigos el Día del Testimonio, que recuerda la 1ª arenga de Silo en Punta de Vacas el año '69. Recibimos a quienes vinieron a celebrar ese día con poesía, música, teatro, y todos juntos quemamos nuestros pedidos para elevarlos al cielo.

Pasó más de un año para que volviera a ser Cuidadora del Parque. Llegué en un momento de mucho temor, a vísperas de un evento que me terremotizaba internamente. Pero el intercambio y las conversas fueron ayudando poco a poco a dilucidar y comprender lo que me estaba pasando. Como añadidura, uno de los días llego un par de técnicos a resolver un lío con el internet del Parque y entre conversa y conversa ellos se fueron abriendo, quisieron recorrer el Parque, comenzaron a hablarnos de sus impresiones sobre la violencia, su hastío de que la gente sea considerada un número, la injusticia de este sistema y la necesidad de desarrollar un cambio social y también una mayor conexión espiritual. Pasaba el rato y ellos no parecían querer irse, creí que estarían esperando alguna confirmación por parte de la empresa o algo así, pero cuando me excusé por tener que ir a atender otros temas, ellos se incorporaron para irse.

Una  noche fui a La Sala, que es semiesférica y por lo tanto ecoica, me situé justo en el centro con las luces apagada y comencé a cantar un poema andalusí de Hafsa Al-Rakuniyya que habla de la conexión con aquello (o aquél) que no puede verse pero que se ama profundamente (y que además vive dentro nuestro). La sensación de oír mi propia voz como si viniera desde afuera, fue impactante. La percepción de mi postura cambió, y tuve la sensación de que la esfera giraba, haciendo que mi cuerpo quedara en diagonal. No me moví. Permanecí lo más quieta posible y con los ojos cerrados, sintiendo. Al poco rato sentía que ocupaba el espacio completo dentro de La Sala.

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