Es cierto que aún hoy surgen matices en los que creo que no
se me escuchó con atención y que considero válidos, pero ese no es el punto
central. Me sirve observarlo, como un acto de reflexión sobre los propios
mecanismos de mi conciencia, los no elegidos, los que marcan una tendencia que
deseo modificar, pero lo central, en esta ocasión, es que me regalaron el
alivio de bajar los brazos y ceder a no tener la razón (como si siempre la
tuviera), y que guardo un registro claro de esa sensación.
En algún momento estuve a punto de desproporcionar todo
esto, y caer en la autocompasión y la creencia de que lo hago todo mal, que soy
pésima, recriminándome por ser peladora, prejuiciosa y violenta. No es para
tanto. Más bien al contrario, la proporción justa es que hubo amigos allí para
mostrármelo y que hubo algo de lucidez en mí (paradójico dada la situación) que
me permitió reconocerlo y, lejos de sentirme mal, me siento agradecida.
Sí creo que algunos desproporcionan para el otro lado, degradando
el momento precioso en que uno toma registro íntimo de algo como esto y le
dedica una alabanza. Acusar a quien tiene esa epifanía de “ponerse grave” es
desproporcionado en lo escueto. Si al menos una vez a la semana tuviéramos
momentos así, sin duda evolucionaríamos más rápido, por tanto me parece digno
de celebración. Y esa celebración no tiene por qué ser solemne ni pesada, más
bien al contrario, la considero alegre y necesaria.
Agradezco pues ese momento, que esta vez no vino del
siloísmo ni de la metafísica ni del hermetismo ni del budismo ni del
vegetarianismo ni del yoga, sino de los amigos más parecidos a mí: mundanos, borrachines,
a veces sin ni uno para pagar el arriendo, mis carnales, mis camaradas, mis
cuates, algunos de los más antiguos, otros de los más nuevos. Esos, que sin
pretensiones de perfección, me mostraron de un modo perfecto mis
imperfecciones.
Salud!
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