Y si por un instante
los cangrejos se callaran
y me dejaran conciliar
este sueño errático
Si pudiera oír los violines
el agua entre las piedras
los bosques de mi pelo
las arañas y los ciervos
y este torrente ígneo
que intuyo dentro mío
No existiría idea que me pegara al suelo
me bañaría en mi propia leche
de lo fecundo de mis signos
de mi boca nacerían hadas
de mis manos caerían mundos
de mi padre crecerían soles
de mi madre encontraría el rastro
trocaría los ídolos por cristales
sazonaría los embrujos con hinojo
me partiría los huesos
y me colaría bajo los portones
como los gatos
para mirar bajo la falda de la Vida
y robarle un trocito
una pluma aunque sea
una hoja
o una mota
una hilacha del vestido
una hierba de su monte
una brizna de su nombre
magnífico nombre por el que vale la pena nacer
o haber nacido
Los canallas se morderían los labios
en mi cuerpo crecerían duraznos
me llenaría de saltamontes y grillos
y posiblemente el Viento
renacería de entre sus cenizas
y me dictaría los poemas
que todavía le llenan la boca.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
lunes, 7 de diciembre de 2009
Charlotte.
Charlotte fue la protagonista de algunos de mis cuentos de adolescente, mi compañera en momentos de tristeza, mi amiga a la que tanto me gustaba acariciar. Le decíamos "La Gata Sanadora" porque se acercaba a masajear la zona adolorida cuando estábamos enfermos, fuera de salud o de pena.
Gran cazadora de palomas, lagartijas y una caturra, madre celosa de tres camadas, amante de la sombra de los árboles y las briznas de pasto de nuestro jardín. La señorita más educada del salón, la unica mascota conquistadora del amor de mi hermano Mauricio.
Testigo de los carretes en mi cuarto azul de la época del colegio, a los que llegaba con toda la calma del mundo como una partícipe más. Sigilosa al punto de abrir la boca sin emitir maullido alguno, dulce en su voz cuando por fín decidía alzarla.
Lectora incansable de los libros que disfrutábamos metidos en la cama durante los días de invierno.
Jamás escatimó en arrumacos, pero elegía con total soberanía la habitación en la que dormiría cada noche. Carabina inflexible de algún novio que me visitó en ausencia de mis padres, intérprete perfecta del "español-gatuno, gatuno-español".
Llegó a casa por opción propia, cuando aún era una cachorra. Y no solo se quedó, sino que se mudó 3 veces junto a la familia, tomándose religiosamente su primer día en cada casa nueva para conocer los techos (y a los vecinos) de su recién estrenada residencia.
Así la vimos crecer, pasar por el trance de la esterilización con liposucción incluída, empezar a perder los dientes (pero jamás la jovialidad) engordar y volverse una Señora Gata, juguetear y remolonear a piacere, y envejecer de pronto, como envejece una flor que un dia deja de ser regada.
Siempre fue saludable, pero enfermó de una semana a otra hace un par de meses. Dejó de comer y comenzó a despedirse. Como una vieja camarada con la que has compartido tus más íntimos secretos, se dejaba acariciar en su zona más enferma. Estrujó su dominio sobre el jardín y los sillones hasta el último momento en que una noche, mientras dormía, dejó de respirar.
Aún al levantarnos creemos ver su figura apareciendo sigilosa en la puerta de la cocina, pidiendo su desayuno como era su costumbre.
Adios amigaza preciosa. Que un mullido sillón en medio del jardín más frondoso te espere por esos lados que conoces ahora.
Gran cazadora de palomas, lagartijas y una caturra, madre celosa de tres camadas, amante de la sombra de los árboles y las briznas de pasto de nuestro jardín. La señorita más educada del salón, la unica mascota conquistadora del amor de mi hermano Mauricio.
Testigo de los carretes en mi cuarto azul de la época del colegio, a los que llegaba con toda la calma del mundo como una partícipe más. Sigilosa al punto de abrir la boca sin emitir maullido alguno, dulce en su voz cuando por fín decidía alzarla.
Lectora incansable de los libros que disfrutábamos metidos en la cama durante los días de invierno.
Jamás escatimó en arrumacos, pero elegía con total soberanía la habitación en la que dormiría cada noche. Carabina inflexible de algún novio que me visitó en ausencia de mis padres, intérprete perfecta del "español-gatuno, gatuno-español".
Llegó a casa por opción propia, cuando aún era una cachorra. Y no solo se quedó, sino que se mudó 3 veces junto a la familia, tomándose religiosamente su primer día en cada casa nueva para conocer los techos (y a los vecinos) de su recién estrenada residencia.
Así la vimos crecer, pasar por el trance de la esterilización con liposucción incluída, empezar a perder los dientes (pero jamás la jovialidad) engordar y volverse una Señora Gata, juguetear y remolonear a piacere, y envejecer de pronto, como envejece una flor que un dia deja de ser regada.
Siempre fue saludable, pero enfermó de una semana a otra hace un par de meses. Dejó de comer y comenzó a despedirse. Como una vieja camarada con la que has compartido tus más íntimos secretos, se dejaba acariciar en su zona más enferma. Estrujó su dominio sobre el jardín y los sillones hasta el último momento en que una noche, mientras dormía, dejó de respirar.
Aún al levantarnos creemos ver su figura apareciendo sigilosa en la puerta de la cocina, pidiendo su desayuno como era su costumbre.
Adios amigaza preciosa. Que un mullido sillón en medio del jardín más frondoso te espere por esos lados que conoces ahora.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Hombre muerto en el andén.
Hoy ví a un hombre muerto en el andén del metro.
Se había ido durmiendo poco a poco mientras el frío le entraba en los huesos y le dibujaba una sonrisa en la cara congelada.
Su sangre se había convertido en un solo bloque morado y sólido y en las manos conservaba, intacta, una mariposa viva y una carta escrita en húngaro.
Pero su corazón seguía latiendo.
Sólo entonces caí en cuenta de los 28 grados de calor, de los chicos en bermudas y las jóvenes de melenas castañas que se abanicaban con sus revistas de fotos de famosos.
El hombre del andén murió de pena, congelado por el frío que le dejó alguien que se fue o que no llegó.
Pero su muerte tenía de alegre que, con su llegada, el amor que mantenía latiendo su corazón comenzaba a ser eterno.
Se había ido durmiendo poco a poco mientras el frío le entraba en los huesos y le dibujaba una sonrisa en la cara congelada.
Su sangre se había convertido en un solo bloque morado y sólido y en las manos conservaba, intacta, una mariposa viva y una carta escrita en húngaro.
Pero su corazón seguía latiendo.
Sólo entonces caí en cuenta de los 28 grados de calor, de los chicos en bermudas y las jóvenes de melenas castañas que se abanicaban con sus revistas de fotos de famosos.
El hombre del andén murió de pena, congelado por el frío que le dejó alguien que se fue o que no llegó.
Pero su muerte tenía de alegre que, con su llegada, el amor que mantenía latiendo su corazón comenzaba a ser eterno.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Er lengüage i zú heboluzione...
Lo prometido es deuda, y como ya anticipamos en nuestra Fe de Etarras, hay que dedicarle unas líneas a la evolución a veces involutiva de nuestro adorado idioma y su forma de expresarlo: nuestro lenguaje.
Resulta paradójico para una purista de la gramática conceder que, sin las "aberraciones" que se van cometiendo en el hablar y el escribir, el lenguaje no evolucionaría. Pero tengo argumentos y ejemplos que pueden venir en la defensa de esa concesión. No sé si son buenos argumentos, pero intentémoslo... en esto de la flexibilidad a veces hay que hacer un esfuerzo.
Es cosa bien sabida que en la antigüedad se escribía y hablaba bien distinto a como hoy lo hacemos, y sin embargo, que se hayan omitido y convertido ciertas reglas sintácticas, nos parece algo normal y facilitador para el uso gramatical cotidiano. Sin embargo, nos escandalizamos cuando vemos faltas de ortografía, escuchamos malas pronunciaciones, términos "mal utilizados" o "inexistentes" y la utilización de lunfardos nuevos como el que ha impuesto la moda del chat.
Debo ser franca: me entristece e irrita la falta de vocabulario con la que hablan no sólo los chicos que aún están en el colegio, sino muchísima gente de mi generación y mayores que yo, y que no necesariamente estuvieron faltos de formación escolar. Me sorprende que haya personas adultas que no sepan expresarse sin muletillas, o que carezcan de sinónimos básicos, y me avergüenza que personas cercanas no sean capaces de leer un texto de corrido... aunque a decir verdad a veces los textos estan tan mal redactados, aunque aparezcan en medios de comunicación masivos, que es difícil interpretarlos, pero bueno...
Ese es mi lado, talvez, un poco fascista, de ese fascismo de las letras y no de las ideologías, y es contra ese lado que quiero plantear lo siguiente: ¿Por qué aceptamos que unos viejecitos roñosos nos dicten cómo debemos hablar y escribir? ¿Por qué los que tan revolucionarios nos hemos creído, los que hemos defendido la libertad de ideas y expresión, nos dejamos delimitar por lo que dice un grupo de señores que se hacen llamar "Reales Academicistas"? ¿Por qué ese grupo es "Real"? ¿Es que acaso la gente que no escribe ni lee bien es "Irreal"? ¿O es menos noble? ¿Quiénes son ellos para decirnos que término es correcto y cuál incorrecto? ¿Y quiénes somos nosotros para defender lo que ellos dictaminan?
Resulta que a un señor muy afamado, nacido en Colombia, premio nobel de literatura y que todos queremos muchísimo, se le ocurrió sugerir que ciertah letrah yah noh erah necesariah. Habló también sobre la inutilidad de la "G" en aquellas palabras en las que dicho vocablo suena como una "J", poniéndonos a los pobres mortales en la dificultad de recordar las ocasiones en las que debemos acompañarla de una "U" para que suene como la letra que es en realidad: una "G", de "GATO". Todo sería más fácil para todos si todas las letras se pronunciaran siempre y con el mismo sonido, vayan o no acompañadas de otra. Pero se encabritaron con él, y se pusieron colorados de ira. ¿Volver a escribir "JENERAL" como en el siglo XVI? ¿Quitarle la diéresis a la "U" para que nunca sea muda? ¿Que "GUITARRA" sea simplemente "GITARRA" sin que por ello se convierta en "JITARRA"? ¡¡¡ Nooooooooo, tamaña aberración no fue aceptada por La Realeza de los Académicos !!!
Pero hay algo que hacer notar: a este señor tan afamado no le aceptaron sus sugerencias, pero se le escuchó, no se dijo que él fuera un ignorante que no supiera escribir ni hablar, su opinión salió en los diarios y él sigue publicando libros y siendo muy querido por todos nosotros.
¿Pero qué pasa cuando alguien comete el error de decir algo de un modo "no aceptado" y no es autoridad en el tema para defender la legitimidad de su término "inventado"?
Tal es el caso de una ministra española (concedamos que en verdad es una cazurra de cuidado.) que se refirió a los miembros del género femenino de una institución como "miembras". ¡Pobre mujer! jamás se habría imaginado que la Real Academia no contemplaba la posibilidad de que las instituciones serias fueran, algún día, compuestas también por damas, y olvidara incluír el femenino de dicho nombre. ¿Quién es el imbécil en esta situación? ¿La cazurra ministra que no tiene idea de lenguaje o los mentalmente jurásicos Académicos de la Lengua?
Así también se les ocurrió a los brillantes señores, por ahí por el '98 o '99, adosarle al gentilicio "ANTOFAGASTINO" el sinónimo de "INDESEABLE". No recuerdo que hayan dado alguna explicación del porqué de dicha decisión, pero el revuelo fue tanto que terminaron por echar pie atrás. Y esos iluminados señores son los que nos dicen cómo debemos escribir, hablar y leer.
Camilo José Cela contaba una anécdota preciosa sobre lo aburridos que son estos vejetes tan cultos y con tanta cátedra. Él fue aceptado por el hermético círculo, al igual que Don Fernando Fernán Gómez, otro letrado de alcurnia que también se aburría muchísimo en las sesiones de la RAE. Don Camilo relataba una de estas reuniones contando cómo se estaba quedando dormido mientras se debatía sobre quién sabe qué pajas semánticas. Al darse cuenta, quien presidía la sesión, de los cabeceos de Cela, le increpó diciéndole así:
- ¡Pero Don Camilo! ¿está usted durmiendo?
A lo que Cela responde:
- No. Estoy dormido.
- Bueno, ¡pero si es lo mismo!
- No, no. ¿Cómo va ser lo mismo? ¡No es lo mismo estar Jodiendo que estar Jodido!
Aquí los dejo, con estas cavilaciones sobre si aceptar o no que nuestro lenguaje cambie con el transcurso del tiempo.
Resulta paradójico para una purista de la gramática conceder que, sin las "aberraciones" que se van cometiendo en el hablar y el escribir, el lenguaje no evolucionaría. Pero tengo argumentos y ejemplos que pueden venir en la defensa de esa concesión. No sé si son buenos argumentos, pero intentémoslo... en esto de la flexibilidad a veces hay que hacer un esfuerzo.
Es cosa bien sabida que en la antigüedad se escribía y hablaba bien distinto a como hoy lo hacemos, y sin embargo, que se hayan omitido y convertido ciertas reglas sintácticas, nos parece algo normal y facilitador para el uso gramatical cotidiano. Sin embargo, nos escandalizamos cuando vemos faltas de ortografía, escuchamos malas pronunciaciones, términos "mal utilizados" o "inexistentes" y la utilización de lunfardos nuevos como el que ha impuesto la moda del chat.
Debo ser franca: me entristece e irrita la falta de vocabulario con la que hablan no sólo los chicos que aún están en el colegio, sino muchísima gente de mi generación y mayores que yo, y que no necesariamente estuvieron faltos de formación escolar. Me sorprende que haya personas adultas que no sepan expresarse sin muletillas, o que carezcan de sinónimos básicos, y me avergüenza que personas cercanas no sean capaces de leer un texto de corrido... aunque a decir verdad a veces los textos estan tan mal redactados, aunque aparezcan en medios de comunicación masivos, que es difícil interpretarlos, pero bueno...
Ese es mi lado, talvez, un poco fascista, de ese fascismo de las letras y no de las ideologías, y es contra ese lado que quiero plantear lo siguiente: ¿Por qué aceptamos que unos viejecitos roñosos nos dicten cómo debemos hablar y escribir? ¿Por qué los que tan revolucionarios nos hemos creído, los que hemos defendido la libertad de ideas y expresión, nos dejamos delimitar por lo que dice un grupo de señores que se hacen llamar "Reales Academicistas"? ¿Por qué ese grupo es "Real"? ¿Es que acaso la gente que no escribe ni lee bien es "Irreal"? ¿O es menos noble? ¿Quiénes son ellos para decirnos que término es correcto y cuál incorrecto? ¿Y quiénes somos nosotros para defender lo que ellos dictaminan?
Resulta que a un señor muy afamado, nacido en Colombia, premio nobel de literatura y que todos queremos muchísimo, se le ocurrió sugerir que ciertah letrah yah noh erah necesariah. Habló también sobre la inutilidad de la "G" en aquellas palabras en las que dicho vocablo suena como una "J", poniéndonos a los pobres mortales en la dificultad de recordar las ocasiones en las que debemos acompañarla de una "U" para que suene como la letra que es en realidad: una "G", de "GATO". Todo sería más fácil para todos si todas las letras se pronunciaran siempre y con el mismo sonido, vayan o no acompañadas de otra. Pero se encabritaron con él, y se pusieron colorados de ira. ¿Volver a escribir "JENERAL" como en el siglo XVI? ¿Quitarle la diéresis a la "U" para que nunca sea muda? ¿Que "GUITARRA" sea simplemente "GITARRA" sin que por ello se convierta en "JITARRA"? ¡¡¡ Nooooooooo, tamaña aberración no fue aceptada por La Realeza de los Académicos !!!
Pero hay algo que hacer notar: a este señor tan afamado no le aceptaron sus sugerencias, pero se le escuchó, no se dijo que él fuera un ignorante que no supiera escribir ni hablar, su opinión salió en los diarios y él sigue publicando libros y siendo muy querido por todos nosotros.
¿Pero qué pasa cuando alguien comete el error de decir algo de un modo "no aceptado" y no es autoridad en el tema para defender la legitimidad de su término "inventado"?
Tal es el caso de una ministra española (concedamos que en verdad es una cazurra de cuidado.) que se refirió a los miembros del género femenino de una institución como "miembras". ¡Pobre mujer! jamás se habría imaginado que la Real Academia no contemplaba la posibilidad de que las instituciones serias fueran, algún día, compuestas también por damas, y olvidara incluír el femenino de dicho nombre. ¿Quién es el imbécil en esta situación? ¿La cazurra ministra que no tiene idea de lenguaje o los mentalmente jurásicos Académicos de la Lengua?
Así también se les ocurrió a los brillantes señores, por ahí por el '98 o '99, adosarle al gentilicio "ANTOFAGASTINO" el sinónimo de "INDESEABLE". No recuerdo que hayan dado alguna explicación del porqué de dicha decisión, pero el revuelo fue tanto que terminaron por echar pie atrás. Y esos iluminados señores son los que nos dicen cómo debemos escribir, hablar y leer.
Camilo José Cela contaba una anécdota preciosa sobre lo aburridos que son estos vejetes tan cultos y con tanta cátedra. Él fue aceptado por el hermético círculo, al igual que Don Fernando Fernán Gómez, otro letrado de alcurnia que también se aburría muchísimo en las sesiones de la RAE. Don Camilo relataba una de estas reuniones contando cómo se estaba quedando dormido mientras se debatía sobre quién sabe qué pajas semánticas. Al darse cuenta, quien presidía la sesión, de los cabeceos de Cela, le increpó diciéndole así:
- ¡Pero Don Camilo! ¿está usted durmiendo?
A lo que Cela responde:
- No. Estoy dormido.
- Bueno, ¡pero si es lo mismo!
- No, no. ¿Cómo va ser lo mismo? ¡No es lo mismo estar Jodiendo que estar Jodido!
Aquí los dejo, con estas cavilaciones sobre si aceptar o no que nuestro lenguaje cambie con el transcurso del tiempo.
lunes, 5 de octubre de 2009
La Gran Nina Simone.
Yo sabía que me gustaba. Pero nunca creí que tanto.
Por favor no dejen de verla... y escúchenla fuerte.
Por favor no dejen de verla... y escúchenla fuerte.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Kundalini ha llegado.
Mi Vida ha sido en general sedentaria. Me gusta flojear, y comer cosas ricas, aprovechando que no engordo con nada. Adoro los fines de semana frente a una pantalla viendo películas por docena, comiendo tacos, galletas Tip Top, sushi, cabritas saladas, ñoquis y todo cuanto se me plazca comprar o cocinar. Me fascina leer acostada entre mantas durante el invierno, y guata al sol en veranito.
Por esto a veces he creído oportuno practicar algún deporte o ejercicio, para no enquilosarme, para estar más sana, para cubrir de un poquito más de musculatura mi huesudo cuerpo... en fin, más por vegüenza de ser tan holgazana que por otra cosa, y siempre buscando alguna excusa que lo justifique y me impulse a hacerlo. Pero indefectiblemente siempre lo he dejado botado. Es aburrido, duele todo al día siguiente, hay que levantarse cuando uno mas calientito está, hacer esfuerzo... ¡ahj, esto de mover el cuerpo es toda una lata!!
A excepción del volleyball, que practicaba con gusto cuando tenía unos 9 años y que dejé por temor a lesionar mis frágiles deditos (mi papá me puso a estudiar piano por ese entonces), fueron quedando en el camino la natación, la danza, un gimnasio, pilates y el trote. Quería comprarme un saco para boxearlo, y Pheraltusz estuvo enseñándome a hacerlo por una tarde, y aunqué me gustó, no prosperé demasiado y las manos me quedaron moradas y doloridas.
Hasta que, de nuevo queriendo salir de mi letargo de Choloepus Chilensis, y buscando algo que me ayudara a disciplinarme un poco, comencé a ir a clases de Yoga Kundalini.
Siempre había tenido una idea del yoga como algo muy snob, esas cosas que por ancestrales y místicas se han vuelto de moda y pasto de charlatanes. Pero aún así, haciendo un gran esfuerzo contra la pereza y la vergüenza, me levanté un día y fui a la primera clase. Y llegué a Kundalini Yoga por azar, porque era lo que había en el horario que yo podía ir no más.
No le encontré, inicialmente, mucha gracia al asunto, pero seguí yendo, no muy religiosamente porque falté varias veces por no ser capaz de levantarme, y por otras razones que no viene al caso explicar, pero, por algún motivo, a los 2 meses exactos de aquella primera mañana en que me obligué a ir, comencé a enamorarme de Kundalini.
Llegó haciendome sentir feliz, fresca, despejada como nunca. De a poco fui recobrando la elasticidad que recordaba haber tenido cuando muy niña, y el aire me pareció más puro cada mañana. Logré dejar de ver uno de mis hombros más arriba que el otro cuando caminaba frente a un espejo sin tener que bajarlo forzadamente, y ese pequeño pinchazo que llevaba algún tiempo sintiendo cerca de una vértebra comenzó a disiparse. Me llené de dicha cuando me ví agradeciendo por mi cuerpo, máquina perfecta, en un mantra que canta a mi tesoro más anhelado: La Verdad.
Pude sentir por fin en carne propia lo que siempre defendí como una idea: que lo físico no solo no se opone, sino que necesariamente va a la par con lo espiritual.
Pero lo mejor de todo: ¡cada día quiero volver a hacerlo de nuevo! Cada mañana, a pesar de la cama tibia, necesito hacer por lo menos un par de ejercicios. Cada noche Kundalini me llama a sentarme y relajar mi cuerpo, mi corazón y mi mente.
Por esto a veces he creído oportuno practicar algún deporte o ejercicio, para no enquilosarme, para estar más sana, para cubrir de un poquito más de musculatura mi huesudo cuerpo... en fin, más por vegüenza de ser tan holgazana que por otra cosa, y siempre buscando alguna excusa que lo justifique y me impulse a hacerlo. Pero indefectiblemente siempre lo he dejado botado. Es aburrido, duele todo al día siguiente, hay que levantarse cuando uno mas calientito está, hacer esfuerzo... ¡ahj, esto de mover el cuerpo es toda una lata!!
A excepción del volleyball, que practicaba con gusto cuando tenía unos 9 años y que dejé por temor a lesionar mis frágiles deditos (mi papá me puso a estudiar piano por ese entonces), fueron quedando en el camino la natación, la danza, un gimnasio, pilates y el trote. Quería comprarme un saco para boxearlo, y Pheraltusz estuvo enseñándome a hacerlo por una tarde, y aunqué me gustó, no prosperé demasiado y las manos me quedaron moradas y doloridas.
Hasta que, de nuevo queriendo salir de mi letargo de Choloepus Chilensis, y buscando algo que me ayudara a disciplinarme un poco, comencé a ir a clases de Yoga Kundalini.
Siempre había tenido una idea del yoga como algo muy snob, esas cosas que por ancestrales y místicas se han vuelto de moda y pasto de charlatanes. Pero aún así, haciendo un gran esfuerzo contra la pereza y la vergüenza, me levanté un día y fui a la primera clase. Y llegué a Kundalini Yoga por azar, porque era lo que había en el horario que yo podía ir no más.
No le encontré, inicialmente, mucha gracia al asunto, pero seguí yendo, no muy religiosamente porque falté varias veces por no ser capaz de levantarme, y por otras razones que no viene al caso explicar, pero, por algún motivo, a los 2 meses exactos de aquella primera mañana en que me obligué a ir, comencé a enamorarme de Kundalini.
Llegó haciendome sentir feliz, fresca, despejada como nunca. De a poco fui recobrando la elasticidad que recordaba haber tenido cuando muy niña, y el aire me pareció más puro cada mañana. Logré dejar de ver uno de mis hombros más arriba que el otro cuando caminaba frente a un espejo sin tener que bajarlo forzadamente, y ese pequeño pinchazo que llevaba algún tiempo sintiendo cerca de una vértebra comenzó a disiparse. Me llené de dicha cuando me ví agradeciendo por mi cuerpo, máquina perfecta, en un mantra que canta a mi tesoro más anhelado: La Verdad.
Pude sentir por fin en carne propia lo que siempre defendí como una idea: que lo físico no solo no se opone, sino que necesariamente va a la par con lo espiritual.
Pero lo mejor de todo: ¡cada día quiero volver a hacerlo de nuevo! Cada mañana, a pesar de la cama tibia, necesito hacer por lo menos un par de ejercicios. Cada noche Kundalini me llama a sentarme y relajar mi cuerpo, mi corazón y mi mente.
viernes, 21 de agosto de 2009
Releyendo y Reviviendo
La Vida siempre tendrá que enseñarnos que no hay un "lugar" al que uno llegue y por fin permanezca allí por siempre, eternamente sabio, eternamente huevón o eternamente finito.
Alguna vez creí que dados los ultimos dolorosos tropezones que había sufrido, había logrado llegar, a fuerza de no querer seguirlos sufriendo, a una especie de lugar donde "era mejor que antes". Y era cierto. Pero también era cierto que no iba a ser así para siempre a partir de ese minuto, porque no tuvo que pasar demasiado tiempo para volver a vivir situciones que me hicieron sentir en lo Profundo de mi Alma que no solo no había dejado de ser una grandísima huevona, sino que jamás dejaría de serlo... ¡¡¡brillante idea!!!
Y es que al parecer la gracia de estar vivos consista, entre otras muchas y encantadoras cosas, en ir dándonos cuenta de cómo ejercemos ese acto. Y en ese darnos cuenta, ella, La Vida, va haciéndonos jugarretas para que nunca dejemos de sorprendernos. Ese es su truco para mantenernos atentos. Y entre zancadilla y vuelta a pararse uno se siente idiota y mesías consecutivamente.
Decidir no sentirme ninguna de las dos cosas es tarea difícil: muchas veces es necesario precisamente no ser excesivamente modesto para aprender a ser humilde. En cuanto uno cae en el "yo no soy nadie" está condenado a precipitarse de hocico contra el "soy mejor que el resto". El ejercicio de asumirse con capacidades que valoramos en nosotros mismos nos pone inmendiatamente ante la evidencia de que nos quedan muchas aristas por pulir. Lo dificil no es ser sincero con uno mismo cuando se llega a ese estado de equilibrio en la apreciaciones, lo dificil es estar en él por mucho tiempo.
Y lo bonito de cuando se está, es poder dejar una señalcita de que uno pasó por ahí. No para demostrárselo a nadie, sino más bien para poder acordarse cuando uno vuelve a zona oscura y así poder salir más rápido de ella.
Yo dejo mi sañalcita en este momento. Es un momento muy breve, o talvez sea el breve momento del comienzo de un período más largo, pero es un momento sublime. Las cosas de repente empezaron a sonar a música y el acto de vivir se hizo, abruptísimamente, mucho más suave y facil de hacer, sin resistencias, sin ruido, sin dolor.
Sé que saben de que hablo, todos nos hemos iluminado alguna vez.
Alguna vez creí que dados los ultimos dolorosos tropezones que había sufrido, había logrado llegar, a fuerza de no querer seguirlos sufriendo, a una especie de lugar donde "era mejor que antes". Y era cierto. Pero también era cierto que no iba a ser así para siempre a partir de ese minuto, porque no tuvo que pasar demasiado tiempo para volver a vivir situciones que me hicieron sentir en lo Profundo de mi Alma que no solo no había dejado de ser una grandísima huevona, sino que jamás dejaría de serlo... ¡¡¡brillante idea!!!
Y es que al parecer la gracia de estar vivos consista, entre otras muchas y encantadoras cosas, en ir dándonos cuenta de cómo ejercemos ese acto. Y en ese darnos cuenta, ella, La Vida, va haciéndonos jugarretas para que nunca dejemos de sorprendernos. Ese es su truco para mantenernos atentos. Y entre zancadilla y vuelta a pararse uno se siente idiota y mesías consecutivamente.
Decidir no sentirme ninguna de las dos cosas es tarea difícil: muchas veces es necesario precisamente no ser excesivamente modesto para aprender a ser humilde. En cuanto uno cae en el "yo no soy nadie" está condenado a precipitarse de hocico contra el "soy mejor que el resto". El ejercicio de asumirse con capacidades que valoramos en nosotros mismos nos pone inmendiatamente ante la evidencia de que nos quedan muchas aristas por pulir. Lo dificil no es ser sincero con uno mismo cuando se llega a ese estado de equilibrio en la apreciaciones, lo dificil es estar en él por mucho tiempo.
Y lo bonito de cuando se está, es poder dejar una señalcita de que uno pasó por ahí. No para demostrárselo a nadie, sino más bien para poder acordarse cuando uno vuelve a zona oscura y así poder salir más rápido de ella.
Yo dejo mi sañalcita en este momento. Es un momento muy breve, o talvez sea el breve momento del comienzo de un período más largo, pero es un momento sublime. Las cosas de repente empezaron a sonar a música y el acto de vivir se hizo, abruptísimamente, mucho más suave y facil de hacer, sin resistencias, sin ruido, sin dolor.
Sé que saben de que hablo, todos nos hemos iluminado alguna vez.
lunes, 27 de julio de 2009
Disculpen la molestia
Por Eduardo Galeano.
Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza. ¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés? El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración? ¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla? ¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?
Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes? ¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan? ¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura y menos todavía valen los derechos de los trabajadores? ¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?
¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”? Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles. Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?
¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es? ¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes. Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial.
Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.
En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo era, traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?
Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia? ¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia? ¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo? Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ese un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos? ¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?
Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito nos?
Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas: –Ahí lo tienes –dijo la Reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.
En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento. El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?
A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.
Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza. ¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés? El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración? ¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla? ¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?
Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes? ¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan? ¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura y menos todavía valen los derechos de los trabajadores? ¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?
¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”? Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles. Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?
¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es? ¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes. Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial.
Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.
En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo era, traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?
Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia? ¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia? ¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo? Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ese un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos? ¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?
Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito nos?
Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas: –Ahí lo tienes –dijo la Reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.
En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento. El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?
A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.
sábado, 30 de mayo de 2009
La Gloria.
Desde la esquina de tu casa,
tan urbana como cualquiera en Santiago de Chile,
veo tu Luna.
Sé que dejas las piedritas en sal para que se renueven
sé que huyes al jardín y le hablas
sé que ella te responde, silenciosa.
Traviesa, nos convences de tu edad infinita.
Poderosa, logras la magia que sólo los niños conocen.
Bellísima, pocos son los que no buscan tu cercanía.
Eterna, porque conoces la farsa de tu propia Muerte.
Si yo pudiera igualarte
así tantito
aunque fuera
si yo pudiera acercarme
al reflejo siquiera
de mujer tan enorme
no pediría nada más
porque tú nunca pides nada
no odiaría a nadie
porque tu no odias
no tendría siempre tanta rabia
porque tu solo tienes siempre alegría
no querría parecerme a tí
porque tú estás tan feliz siendo tú.
Y aunque todos pidan ansiosos el secreto
de tu simpatía sin limite
tu juventud inexplicable
y tu fuerza tremenda
aunque todos te veneren
y no contengan sus ganas
de clamar a las alturas
por tí Oh! Gloria
aunque los seres de todos los mundos
te visiten y te busquen
y el viento te acompañe
y la luna te hable
y la luz persiga reflejarse en tus retratos
así y todo
tú sigues siendo humilde
tu mirada sigue siendo tierna
tu voz sigue siendo dulce
tu corazón sigue siendo sabio
y muy grande
muy grande
sobre todo
tu corazón
sigue siendo
muy, muy grande.
viernes, 22 de mayo de 2009
¿Qué pasaría?
¿Qué pasaría si despertamos dándonos cuenta que somos mayoría?
¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, sólo una, es repudiada por todos, todos que somos todos, no unos, no algunos, sino todos?
¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos, nos multiplicamos, nos sumamos y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso?
¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas, en silencio, en multitudes ,en millones de miradas la cara de los opresores, sin vivas, sin vivas, sin aplausos, sin sonrisas, sin palmadas en los hombros, sin cánticos partidistas, sin cánticos?
¿Qué pasaría si yo pudiese por vos que estás tan lejos, y vos por mí que estoy tan lejos, y ambos por los otros que están muy lejos, y los otros por nosotros aunque estemos lejos?
¿Qué pasaría si el grito de un continente fuese el grito de todos los continentes?
¿Qué pasaría si pusiésemos el cuerpo en vez de lamentarnos?
¿Qué pasaría si rompemos las fronteras y avanzamos, y avanzamos , y avanzamos
y avanzamos?
¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener sólo una, la nuestra, la de todos, o mejor ninguna, porque no la necesitamos?
¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser seres humanos?
¿No sé… me pregunto yo qué pasaría?
Mario Benedetti
viernes, 15 de mayo de 2009
La Muerte de Ulises.
Como siempre en mi relación con Ulises, me habló de su muerte en sueños. Con pocas personas me he relacionado más a través de mis sueños que en vigilia como con él. Pero claro, no supe hacer la lectura de su mensaje esta vez. O no quise. En esa Vida Onírica que vivo cada noche, él estaba sólo visualmente, pero con mi madre hablábamos de su recuperación sabiendo que hablábamos de alguien que no estaba presente en el mismo lugar que nosotras.
- ¡Se disolvió! - me contaba mi vieja, refiriéndose al tumor que le habían encontrado a Ulises en el cerebro un mes antes - ¡Se disolvió como si fuera de gelatina!
Y yo sentí alivio, y cierta alegría, mientras mirábamos a este holograma de Ulises traído por nuestra evocación, caminando por el patio, medio encorvado, con su chaqueta marrón medio raída y paso nervioso, como buscando algo entre las plantas.
Al día siguiente mi mamá me llamó por teléfono. Esa noche partía a Viña del Mar, pero antes almorzaría con el amigo de Ulises, que la había llamado para "contarle algunas cosas". Y yo supe. No me atreví a decirlo, pero lo supe. Lo negué, me dije a mí misma "no seas huevona, no pasó nada". Pero lo supe.
No pasé mucho tiempo con él. Era más bien como un personaje misterioso en la historia familiar. En mis sueños aparecía siempre como esos seres lumínicos y traviesos, siempre me entregaba el amuleto que serviría más adelante en mi aventura y siempre era un compañero, tal como él me llamaba desde que lavábamos platos en una perfectamente orquestada sincronía de esponja, lavalozas, enjuagues y secado con paño sucio de cocina.
Pero lo que más me estremece es el descalabro que produce la Muerte en quienes nos quedamos de este lado. Incluso cuando sabemos que es una farsa, incluso cuando creemos que hay un otro lado, que es un paso hacia una ciudad luminosa y etérea, aun cuando creemos sentir los pasos o la caricia de quienes ya se fueron, sigue provocándonos tristeza, soledad, impotencia, incompresión y rabia. ¿Porqué?
Siento que la Muerte me asusta más hoy que la voy comprendiendo como algo real. Ya no es la idea de la Muerte. Es la evidencia de ella. Y el problema no es la Muerte de uno, sino de quienes amamos. Porque yo jamás imaginé la muerte de mi hermano, pero a raíz de la suya, hoy vuelvo la cabeza ante la simple idea de que, algún día, mi otro hermano muera sin aviso previo, o mi madre, que seguramente lo hará antes que yo, o mi padre, que tan lejos y tan cerca ha estado siempre, o mi amado, que es definitivamente a quien más cerca deseo tener.
Ulises nos hizo regalos maravillosos a todos. La imagen de quien lucha por sus ideales estoicamente, la idea del compañero leal, el romanticismo de aquellos amores utópicos y tal vez imposibles, la evidencia de la sensibilidad a flor de piel en cada minuto, la simpatía a pesar del dolor guardado en el pecho.
No sé todavía cómo se hace, como no he sabido hacerlo respecto de la muerte de mi hermano Mauricio, pero creo que el encumbramiento de la alegría que nos dejaron es la única forma de vencer a la Muerte.
Es por eso que hoy, a tí, oh Gran Ulises, te saludo!!
- ¡Se disolvió! - me contaba mi vieja, refiriéndose al tumor que le habían encontrado a Ulises en el cerebro un mes antes - ¡Se disolvió como si fuera de gelatina!
Y yo sentí alivio, y cierta alegría, mientras mirábamos a este holograma de Ulises traído por nuestra evocación, caminando por el patio, medio encorvado, con su chaqueta marrón medio raída y paso nervioso, como buscando algo entre las plantas.
Al día siguiente mi mamá me llamó por teléfono. Esa noche partía a Viña del Mar, pero antes almorzaría con el amigo de Ulises, que la había llamado para "contarle algunas cosas". Y yo supe. No me atreví a decirlo, pero lo supe. Lo negué, me dije a mí misma "no seas huevona, no pasó nada". Pero lo supe.
No pasé mucho tiempo con él. Era más bien como un personaje misterioso en la historia familiar. En mis sueños aparecía siempre como esos seres lumínicos y traviesos, siempre me entregaba el amuleto que serviría más adelante en mi aventura y siempre era un compañero, tal como él me llamaba desde que lavábamos platos en una perfectamente orquestada sincronía de esponja, lavalozas, enjuagues y secado con paño sucio de cocina.
Pero lo que más me estremece es el descalabro que produce la Muerte en quienes nos quedamos de este lado. Incluso cuando sabemos que es una farsa, incluso cuando creemos que hay un otro lado, que es un paso hacia una ciudad luminosa y etérea, aun cuando creemos sentir los pasos o la caricia de quienes ya se fueron, sigue provocándonos tristeza, soledad, impotencia, incompresión y rabia. ¿Porqué?
Siento que la Muerte me asusta más hoy que la voy comprendiendo como algo real. Ya no es la idea de la Muerte. Es la evidencia de ella. Y el problema no es la Muerte de uno, sino de quienes amamos. Porque yo jamás imaginé la muerte de mi hermano, pero a raíz de la suya, hoy vuelvo la cabeza ante la simple idea de que, algún día, mi otro hermano muera sin aviso previo, o mi madre, que seguramente lo hará antes que yo, o mi padre, que tan lejos y tan cerca ha estado siempre, o mi amado, que es definitivamente a quien más cerca deseo tener.
Ulises nos hizo regalos maravillosos a todos. La imagen de quien lucha por sus ideales estoicamente, la idea del compañero leal, el romanticismo de aquellos amores utópicos y tal vez imposibles, la evidencia de la sensibilidad a flor de piel en cada minuto, la simpatía a pesar del dolor guardado en el pecho.
No sé todavía cómo se hace, como no he sabido hacerlo respecto de la muerte de mi hermano Mauricio, pero creo que el encumbramiento de la alegría que nos dejaron es la única forma de vencer a la Muerte.
Es por eso que hoy, a tí, oh Gran Ulises, te saludo!!
miércoles, 29 de abril de 2009
Los Duendes existen.
Ya había podido corroborar la existencia de los fantasmas, aquella vez que en La Trifulka vimos y oímos cómo se colaba hacia el patio una chica perfectamente engabardinada y con bolso, que luego no encontramos jamás. Recuerdo la sensación inequívoca de mi cuerpo erizándose, sabiendo sin dato intelectual, que no era una persona sino un espectro lo que acaba de percibir.
Luego, al volver de unas exquisitas vacaciones en Horcón, pude constatar también la existencia de extraterrestres, al ver desde el balcón del departamento de un amigo numerosas luces que hacían figuras en el horizonte cercano de los valles transversales del sur de Santiago. Las vi yo y dos personas más, sin alcohol ni humo en el cuerpo, lucidos y tranquilos, y durante aproximadamente 20 minutos.
Ahora pude confirmar mi sospecha de que los Duendes también existen. Se roban lo más preciado que tenemos y además lo hacen a sabiendas de que no nos enojaremos por ello, tan graciosos y dulces son. Vienen al principio despacito, aunque con impertinencia, juegan un rato, se aburren y se van. Y cuando quieren vuelven y nos hacen felices. Si lo necesitamos nos cuidan, pero la mayoría del tiempo están atareados corriendo y saltado de un lado para el otro, y más de alguna vez se mandan alguna cagada. Son sabios cuando deben serlo y risueños casi siempre. Nos desarman los esquemas que tanto nos preocupamos en levantar, y suelen ponernos a prueba, no solo la paciencia, sino también la tolerancia. Cuando hacen desaparecer las cosas, suele ser de forma provisoria, para hacernos burla... a menos que realmente no las necesitemos más. Entonces se las llevan para siempre, las lavan, las dejan secar al Sol, y luego nos las muestran en sueños, pero no las devuelven: debemos despedirnos de ellas y ver cómo se alejan, con cariño, amablemente.
Tienen una forma distinta de vivir y medir el tiempo. Para ellos nuestras horas son iguales a cinco minutos. Si en casa hay duendes, muchas veces nuestro tiempo y el suyo se mezclan, provocando desajustes rarísimos. A veces el día pasa lento, como si durara 30 horas, y todo lo que se suele hacer corriendo es posible hacerlo tranquilamente y con holgura. Otras, cuando pensamos que han pasado 20 minutos, los duendes han impuesto su temporalidad y al mirar el reloj nos pareciera que nos robaron tiempo. Algo tan simple como lavarse los dientes puede durar de 3 a 5 horas sin ninguna dificultad.
Personalmente he establecido relación con uno de ellos, lo cual me ha permitido conocer sus costumbres y extrañezas. En varias ocasiones, producto de sus pociones mágicas, he debido escucharle durante horas, por lo general ya entrada la noche, y en algunos momentos me ha parecido escucharlo tocar violín. Hace pocos días me despertó un ruido extraño y me levanté a mirar por la ventana. En ese momento lo ví parado en el techo, y minutos más tarde bajaba por el árbol del patio medio pilucho.
Tenía yo demasiado sueño para conversar con duendes esa noche, asíque volví a acostarme y me dormí a duras penas mientras oía el desorden que provocaba en el living, el baño, la pieza y el patio. Al día siguiente, el único indicio de su presencia eran sus zapatos, que olvidó en el patio, y que aún conservo, esperando que en algún momento vuelva a buscarlos.
Luego, al volver de unas exquisitas vacaciones en Horcón, pude constatar también la existencia de extraterrestres, al ver desde el balcón del departamento de un amigo numerosas luces que hacían figuras en el horizonte cercano de los valles transversales del sur de Santiago. Las vi yo y dos personas más, sin alcohol ni humo en el cuerpo, lucidos y tranquilos, y durante aproximadamente 20 minutos.
Ahora pude confirmar mi sospecha de que los Duendes también existen. Se roban lo más preciado que tenemos y además lo hacen a sabiendas de que no nos enojaremos por ello, tan graciosos y dulces son. Vienen al principio despacito, aunque con impertinencia, juegan un rato, se aburren y se van. Y cuando quieren vuelven y nos hacen felices. Si lo necesitamos nos cuidan, pero la mayoría del tiempo están atareados corriendo y saltado de un lado para el otro, y más de alguna vez se mandan alguna cagada. Son sabios cuando deben serlo y risueños casi siempre. Nos desarman los esquemas que tanto nos preocupamos en levantar, y suelen ponernos a prueba, no solo la paciencia, sino también la tolerancia. Cuando hacen desaparecer las cosas, suele ser de forma provisoria, para hacernos burla... a menos que realmente no las necesitemos más. Entonces se las llevan para siempre, las lavan, las dejan secar al Sol, y luego nos las muestran en sueños, pero no las devuelven: debemos despedirnos de ellas y ver cómo se alejan, con cariño, amablemente.
Tienen una forma distinta de vivir y medir el tiempo. Para ellos nuestras horas son iguales a cinco minutos. Si en casa hay duendes, muchas veces nuestro tiempo y el suyo se mezclan, provocando desajustes rarísimos. A veces el día pasa lento, como si durara 30 horas, y todo lo que se suele hacer corriendo es posible hacerlo tranquilamente y con holgura. Otras, cuando pensamos que han pasado 20 minutos, los duendes han impuesto su temporalidad y al mirar el reloj nos pareciera que nos robaron tiempo. Algo tan simple como lavarse los dientes puede durar de 3 a 5 horas sin ninguna dificultad.
Personalmente he establecido relación con uno de ellos, lo cual me ha permitido conocer sus costumbres y extrañezas. En varias ocasiones, producto de sus pociones mágicas, he debido escucharle durante horas, por lo general ya entrada la noche, y en algunos momentos me ha parecido escucharlo tocar violín. Hace pocos días me despertó un ruido extraño y me levanté a mirar por la ventana. En ese momento lo ví parado en el techo, y minutos más tarde bajaba por el árbol del patio medio pilucho.
Tenía yo demasiado sueño para conversar con duendes esa noche, asíque volví a acostarme y me dormí a duras penas mientras oía el desorden que provocaba en el living, el baño, la pieza y el patio. Al día siguiente, el único indicio de su presencia eran sus zapatos, que olvidó en el patio, y que aún conservo, esperando que en algún momento vuelva a buscarlos.
sábado, 14 de febrero de 2009
En este último tiempo.
Es sorprendente cómo de pronto se nos pasa el tiempo y algo que creíamos que pasó ayer, pasó ya hace varios meses. No me había dado cuenta que no escribí nada en el blog desde mi cumpleaños, y desde entonces han sucedido tantas cosas. He tenido que vérmelas con la mirada que realmente pesa: la mía propia. He intentado ponerle distintos nombres y caras, echándole la culpa a los supuestos prejuicios de gente que conozco y cuya opinión siempre me pareció importante. Pero no era cierto que su mirada me pesara. Era la mía sobre las cosas que creo que "no se deben hacer", eran mis prejuicios sobre el hacer de otros y que de pronto se convirtieron en mis haceres. Fue mi propia rigidez la que me hizo sentir culpa y vergüenza de mi propio relativismo.
No sé, en este momento al menos, qué es mejor. Talvez ser estricto y riguroso convenga en proyectos de gran envergadura... ¿y qué proyecto de mayor envergadura que la Vida misma? Pero talvez el relativismo, o la flexibilidad (según convenga...) sea útil para no enquilosarse en creencias gastadas, que ya perdieron la correcta capacidad de engranaje emotivo.
Afortunadamente tengo el indicador inequívoco de la Alegría. Desde hace algún tiempo había dejado de sentirme bien afirmando determinados dogmas sobre lo que "debía hacer". Hoy estoy procediendo de modo muy distinto a como creía que debía hacerlo, y un poco a tientas, es cierto. Pero me siento tranquila. Y contenta.
He tenido miedo, me he sentido a oscuras, me he preguntado y he preguntado a otros también. He querido ser práctica, y esa practicidad no era aplicable ahora. La Vida no se puede evaluar desde lo práctico, ser "realista" es volverse un cretino en estas situaciones.
Ahora, vamos a ver qué pasa.
No sé, en este momento al menos, qué es mejor. Talvez ser estricto y riguroso convenga en proyectos de gran envergadura... ¿y qué proyecto de mayor envergadura que la Vida misma? Pero talvez el relativismo, o la flexibilidad (según convenga...) sea útil para no enquilosarse en creencias gastadas, que ya perdieron la correcta capacidad de engranaje emotivo.
Afortunadamente tengo el indicador inequívoco de la Alegría. Desde hace algún tiempo había dejado de sentirme bien afirmando determinados dogmas sobre lo que "debía hacer". Hoy estoy procediendo de modo muy distinto a como creía que debía hacerlo, y un poco a tientas, es cierto. Pero me siento tranquila. Y contenta.
He tenido miedo, me he sentido a oscuras, me he preguntado y he preguntado a otros también. He querido ser práctica, y esa practicidad no era aplicable ahora. La Vida no se puede evaluar desde lo práctico, ser "realista" es volverse un cretino en estas situaciones.
Ahora, vamos a ver qué pasa.
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